El mundo de hoy nos está mostrando un rostro demasiado cruel y cínico a la vez. La presencia de acciones de guerra y de terrorismo está diezmando a poblaciones enteras, llevando a la muerte a centenares de miles de víctimas inocentes y a huir como refugiados o como desplazados a millones de personas, destruyendo a familias enteras. Por poner nombre a algunos de estos países inmersos en guerras violentas, se puede citar a Siria, República Centroafricana, Sudán del Sur, Yemen, Colombia€ Son muestras terribles en las que la vida de los seres humanos no vale nada, desembocando en genocidios indiscriminados y bien orquestados, así como a la destrucción integral de ciudades; son los casos de Alepo, Palmira o Damasco en Siria, por ejemplo.

La pregunta que revolotea por la mente de estas víctimas es ¿hasta cuándo se va a seguir manteniendo y permitiendo esta situación que tanta sangre inocente derrama en todos estos frentes? Y lo terrible y lamentable es que cada parte enfrentada quiere justificar la fuerza destructiva de sus acciones, utilizando, incluso, productos químicos que matan la vida de niños, mujeres y ancianos. Ahí están muy presentes esa crueldad y ese cinismo tan inhumano.

Ante este desastre que trae consigo tanto dolor y tanto sufrimiento, silencio, mucho silencio, demasiado silencio de parte de quienes pueden ejercer acciones políticas o influir con su poder en el cese de tantas hostilidades que no tienen sentido, porque carecen de humanidad. Sólo se mueven por intereses oscuros o muy claros; intereses que arrastran a la violencia, a la destrucción y a la muerte.

Los medios de comunicación se nutren de noticias que, o bien las ocultan o distorsionan, o de tanto repetir las mismas imágenes de horror y narraciones difuminadas, se integran en la sociedad en una respuesta de acomodación a la costumbre, a lo ya habitual en las informaciones. Una noticia más de muertes y desolación. Mientras tanto, miles de criaturas mueren asesinadas cada día y millones siguen desplazándose, con riesgos de sus vidas, buscando lugares donde encontrar acogida, huyendo de estas guerras que no tienen sentido.

Las ansias de poder, la ambición de los recursos naturales para explotarlos, la acumulación de riquezas, los fanatismos cargados de odios y violencia que esconden sucios intereses, la ocupación de territorios..., nada de eso puede justificar tantas víctimas mortales ni tantos desplazados o refugiados. Los miedos se apoderan de las víctimas que huyen con desesperación de las bombas, de la inseguridad y de la incertidumbre de verse acogidas por otros países, cuando no engañadas y robadas por las mafias organizadas, esperando ser reconocidas con la dignidad que merecen como seres humanos. Es el drama de este siglo XXI.