Que las burbujas no son buenas, que hacen daño, que dan penas y se acaba por llorar. Qué triste pasar, qué triste cruzar, por mi inversión. Pero... dile que me muero de tanto esperar, que vuelva ya.

Todo este estribillo de bolero reconvertido, la parte buena y la mala, se lo canta la economía a la promoción inmobiliaria en Málaga.

Tuve el privilegio de conducir el lunes, en el estupendo auditorio del Museo Picasso, un debate ágil y de gran nivel en los participantes, organizado por la Asociación de Constructores y Promotores de Málaga -del que informó cumplidamente este periódico-.

Para aligerar la densidad de las cinco ponencias que había dejado encauzadas Violeta Aragón en el inicio, como representante de la ACP, encaminadas a arrojar luz con cifras sobre por dónde va ya, en la provincia de Málaga, el futuro de la inversión inmobiliaria (eso que llamamos durante años de ilusión desilusionada ´el ladrillo´), me permití alguna que otra pequeña provocación. En un debate dentro del propio sector había que exorcizar el término burbuja, utilizándolo sin más. Y también improvisar algún chascarrillo, como el de que íbamos a poner una playa en la zona de Martiricos para construir el parque de oficinas más atractivo del globo (que también tiene forma de burbuja) para que las ocupen empresas punteras. Para mí fue novedoso escuchar los datos aportados por el director de mercados de Savills-Aguirre Newman acerca de cómo, dónde y por qué se levantan edificios de oficinas.

Con eso de distender entre discurso y discurso, llegué a ponerle título al momento que hemos pasado y al actual echando mano de un par de películas, ya que estamos empezando a pisar la alfombra roja del 21 Festival de Málaga. Para titular la burbuja pasada y la crisis desde 2008 era fácil echar mano, por aquello de los buenos y malos vientos, de la maravillosa película que dirigió Víctor Fleming en 1939 (que tantas actrices de la época quisieron protagonizar y terminó haciéndolo la inestable y fascinante Vivien Leight, pero ésa es otra historia), Lo que el viento se llevó. El éxito de la adaptación de la novela de Margareth Michel fue tal, que la propia Leight y no sólo Escarlata, su personaje, juró que jamás volvería a pasar hambre. Y acaso no es eso lo que queremos todos, con el máximo respeto y la disculpa a quienes la pasan de verdad.

Haber aprendido de todo lo malo que pasó es el verdadero reto para no repetirlo ahora. Porque, aunque la riqueza siga sin distribuirse como debiera, el desapalancamiento de los inversores empieza a ser indiscutido. La economía se mueve. Tanto Juan Velayos, el consejero delegado de Neinor Homes (uno de esos grandes operadores en el sector que poseen miles de metros cuadrados de suelo finalista en su poder, con fondo de inversión detrás, para construir viviendas ya) como alguno de los promotores locales que asistieron (y han de aprender a convivir con ellos), declaran estar enamorados de Málaga. La evolución de los precios de la vivienda y del suelo y los datos del mercado inmobiliario que desgranó el director comercial de la tasadora Tinsa, Pedro Soria, así lo reflejan. También lo avalan (ya que el verbo avalar tan relacionado está con los bancos) las diferencias de financiación con el pasado que expuso Daniel Caballero -que conoce bien esta tierra, aunque ha sido recién ascendido mapa arriba como director del negocio inmobiliario de su entidad, Caixabank-. Los bancos y sus grifos, ahora abiertos luego cerrados, también son optimistas y dicen haber aprendido. Pero como lo pasado no tan pasado está, Víctor Tapias, desde la dirección general inmobiliaria de Slora Solutions, respondió a los riesgos del promotor -que es verdad que son grandes- con los riesgos del comprador de su vivienda que no sabe qué pasará con el Euribor o con su empleo o con su vida en tantos años de deuda hipotecaria.

Todo en la vida es equilibrio. Y a la gallina de los huevos de oro la despeñaron de su palo entre unos y unos. Se puede ganar dinero sin depredar el terreno y el futuro. Crecimiento y moderación deben ir de la mano. Y parece que, sin necesidad de atiborrar de datos estas líneas, el momento es ahora. Por eso viene a cuento el título de la segunda película, una preciosa historia de animación dirigida por el gran Hayao Miyazaki en 2013: El viento se levanta.