Siempre que pienso en él, pienso en ellos, en el tándem, en la pareja, en la sociedad anónima del estrambote del misterio misterioso, en las risas que se echarán a costa de lo que «no tiene explicación», que en la pantalla queda monísimo a poco que montes un plató a medio gas de luz, los carpinteros del programa te hagan con dos contrachapados un ataúd y los pintores le den una mano de tinte para envejecer, metan unas calaveras compradas en el chino, pongan unas telas de araña enredadas a unos palos secos, y el presentador se ponga tieso, firme como la pata de una garza, ahueque la voz, invite a un experto en el más allá traído al más acá, y se líen a sacarle punta al cadáver de mentira que emula al de verdad de hace miles de años. Yo creo que se mean, perdonen la traca, se orinan vivos en casa mientras apuran el desayuno antes de llegar al despacho en Cuatro, o en la productora, o en la barra del bar donde se inventen los guiones de la siguiente entrega dominical de Cuarto milenio. Íker Jiménez y su esposa Carmen Porter, la señora de piños estentóreos para morder mejor las trolas que defiende en el programa que ya dio pistas del afán de la cadena por erigirse como representante del espíritu «friquista» de la misma, de la extravagancia que la define, se lo tienen que pasar pipa. En privado se descojonarán para luego sacar lo mejor de su registro dramático cuando graben el programa y no esturreen la carcajada al hablar de lo que hablan. Es decir, a Cuarto milenio, como el otro iba llorado o follado al plató, ellos van reídos. Yo también lo haría. Me tomaría muy en serio esta broma de programa que Íker Jiménez, todo un misterio en sí mismo, no duda en calificar casi de científico porque alardea de que a su llamada acuden no vulgares echadores de cartas, no chusma del esoterismo televisivo sino gente de investigación y ciencia.

Vestida de boda

En la última entrega, para demostrar con hechos lo afirmado, llevaron al plató a un chico de Algeciras que contó su caso. Repantigado en el asiento contó con mucha pachorra que cuando una noche a las tres de la madrugada volvía a su casa, y parado en un semáforo, vio a unos metros a un par de niñas vestidas con ropas que no eran de esta época. Mientras contaba lo visto, el programa emitía un vídeo dramatizado. Y en efecto, allí estaba el chico en su coche, el semáforo, y dos niñas con blusones blancos del tipo la niña de la curva mirándolo fijo, con ojos neutros, una recreación infantil a la que Carmen Porter sacó leche de una vaca seca durante quince minutos de tontuna. Eso sí, ella iba vestida como para una boda con ambiciones en barrio obrero. Me encandiló su traje chaqueta de raso verde dominguero. No llegaba a madrina de la ceremonia pero la escena me arrobó porque vi ciencia por todas partes y ella manejó la situación como si trasegara con hallazgos de primer nivel lo que, seguro, sin género de duda, podía ser sólo el efecto de una noche de farra juvenil. Si vas hasta el culo de cosillas para la risa eres capaz de ver lo traspuesto. ¿Va Carmen así al curro? No, estoy seguro de que no. Lo cierto es que sin cambiar de traje, en una sección dedicada a las fotos que envía la gente, se aprecian dos cosas. Una, el traje de raso verde, en planos generales tomados desde atrás por el realizador, es matador. ¿Quién la viste? La nave del misterio tendría que tomarse en serio la investigación. Y dos. Ver a un extraterrestre en las fotos que la gente se hace en semana santa cuando las cofradías sacan sus estatuas a la calle no es ningún misterio. Todo es marciano ahí. Escuchar a la ayudanta de la nave elucubrar sobre el extraterrestre de la procesión es descacharrante, de verdad, estáis flipados.

Todos culpables

Por su parte, el jefe de pista, don Íker Jiménez, viste como para una boda de colegas que pasan de las bodas, y por eso aparece con pantalón vaquero, zapatillas caras de deporte, chaqueta del montón, y camisa desabrochada, y eso que el piloto de la nave misteriosa se reserva no la farfolla del programa sino el corazón, el hígado y los riñones, temas donde da cabida a contenidos que podían ser de la sección científica de El hormiguero -habla con Santiago Camacho de realidad manipulada, de caretas digitales por las que personas anónimas pueden suplantar a personajes reales en acciones punibles de todo tipo- o de crónica rosa -habla con la escritora holandesa Hagar Peeters de Malva Marina, hija de Pablo Neruda, caso que Íker transforma en un expediente X, en un misterio sin serlo-, o da pábulo a escenas del tipo pareja periodística a lo Pimpiniela de buen rollo haciendo de Ana Pastor y Antonio García Ferreras pero en vez de política hablan de sus momias fetales, de momias normales, de fetos extraterrestres, y de que se toman con humor y sorpresa las críticas que hacen «los que no creen en el misterio», en fin, escena muy tierna la de ambos ante un atril de metacrilato en tertulia profesional marital unidos por su amor al misterio. Me los como. Cuarto milenio derrocha medios. Tiene un plató que ya quisiera para sí Sálvame, versión de lujo o de mercadillo. Pero ni por esas, durante el programa no hay dios que se ría. En esa nave hay que tener un rictus apretado, vamos, seriedad de cementerio. El día que alguien los pille riendo será como el día que se encuentre el trabajito de fin de máster de Cristina Cifuentes, donde no, Íker, no mandes investigar que aquí todo está claro, en serio te lo digo. No hay misterio ni leches. En el PP lo saben. Hemos visto cómo en las últimas horas reciben a Cifuentes con aplausos. Pero no porque sea inocente sino porque ahí casi todos son culpables -¿es así, Pablo Casado, el último cazado?- A estas alturas, de Cristina Cifuentes lo único verdadero y auténtico son sus vestidos y sus bolsos. Llegados a este punto, querido Íker, campeón, me bajo de la nave del misterio. Suficiente. En el fondo sé que sois unos tipos cachondos y os debéis a vuestro público, que entiende el juego. Hala, que no se mueva un misterio sin que vosotros le deis caza. Qué grandes.

La guinda

Obscenidad

La asesina confesa del niño Gabriel Cruz, Ana Julia Quezada, envía una carta a Ana Rosa Quintana -¿posterior al cuestionario que el programa envía a la encarcelada?-, carta de 58 líneas que el magacín usa de cebo durante la mañana dosificando la misiva, entresacando titulares, jugando con la audiencia y enviando el periodismo al último rincón del planeta. Sordidez, sensacionalismo barato, y obscenidad con el dolor ajeno.