Tengo un imborrable recuerdo de cuando con veinte años descubrí a Hans Castorp en la Montaña Mágica. Había visto Muerte en Venecia en Londres y poco después leí Los Buddenbrook. Así conocí la obra de Thomas Mann y tuve mi primer contacto a fondo con la cultura alemana. Por aquella época cantábamos L’estaca de Lluís Llach, sintiéndonos liberados y modernos. Después vinieron Juan Sebastián Bach y Beethoven. Y se quedaron conmigo para siempre. Y Schiller y Goethe y Kant. Y las primeras visitas a Alemania, entonces dividida. Cuando estuve becado en Viena en el Theresianum, conocí la obra de muchos de los grandes (Mozart, Freud, Mahler, Kafka, Musil, Roth) que aunque austro-húngaros, estaban de alguna forma dentro del mundo de la gran cultura germánica, cuyo último gran representante es para mí Ratzinger. El núcleo de Europa que forman los nacimientos de los dos grandes ríos, el Rhin hacia el norte y el Danubio (lean al triestino Claudio Magris en su obra El Danubio), que corre hacia el mar Negro, es el origen de dos corrientes fluviales por las que, aparte de mercancías, Loreleis, nibelungos y aguas pretendidamente azules, han viajado ideas, arte, música, filosofía, la imprenta, y gran parte de lo mejor que ha engendrado Europa.

Aber... también mucho de lo peor que ha parido este continente. Alemania, por su propia esencia y también por la división que la Reforma produjo, entre un norte protestante y un sur católico, ha sido el manantial del que han brotado muchas ideas y corrientes filosóficas brillantes y no todas positivas, sino todo lo contrario. Entre ellas, el Cisma, el comunismo y el nazismo.

Con ocasión de la reciente resolución del tribunal de Schlewigs-Holstein ( qué cantidad de problemas ha provocado este ducado!) en relación con el asunto catalán, y especialmente con motivo de las impresentables declaraciones de la ministra de Justica del Gobierno Federal, se ha hablado y escrito mucho sobre el tema, pero creo que una conclusión, a la que ha llegado mucha gente es, en mi humilde opinión, la más acertada:

Tengo la convicción de que, la que se va a sentir herida profundamente y no sé si de muerte, es Europa y la civilización occidental. La UE iba a ser la casa común en la que los europeos iban a sentirse seguros y amparados. Pero se empezó a construir por el tejado, en forma de una asociación del carbón y del acero, como un primer paso para que no se repitiera el eterno choque franco-alemán, en las brillantes, pero ingenuas mentes de Schumann, Adenauer, Monet, De Gásperi… De ahí se pasó a la asociación de mercaderes. Y se amplió al este, a países pobres, cuando cayó el muro, porque ese ha sido históricamente el espacio vital alemán. Y ya Alemania empezaba a imponer sus tesis de nuevo. Después se le intenta dar un armazón político. Cosa imposible, al menos por ahora, como se ha visto con el Brexit. No hay una política exterior común, digan lo que digan. No hay un ejército europeo. No hay una policía europea (el europol es una entelequia). Lo único que importa es esta terrorífica moneda común, que ha llevado a la clase media española a la pobreza, en connivencia con la política fiscal llevada a cabo por el gobierno de Rajoy. No hay una legislación común, salvo en la hipertrofia legislativa en lo económico. No hay normas internas claras y de obligado cumplimiento en materias importantes. Existen miles de reglamentos sobre múltiples aspectos de la vida diaria, que solo provocan una mentalidad reglamentista y ordenancista en la gente, para alimentar a la monstruosa burocracia creada. No hay criterios comunes en los tribunales. Se siguen cambiando cromos. La kaiserin Merckel ha originado, con su actitud hipócrita y luterana, el problema de los refugiados procedentes del norte de África y Oriente Medio, que huían de las guerras provocadas por las revoluciones, que se produjeron y que continúan en estado de caos total. El elegante Giscard, que tenía una familia que parecía un invernadero por su cursilería (Jacinte, Anne Aneymon, Fleur...), eliminó cualquier mención al cristianismo, ingrediente fundamental europeo, en el preámbulo de esa cosa que llaman Constitución Europea. No hay grandes políticos, solo tratantes de ganado, que somos nosotros. Y pretenden entusiasmar a la gente con la cuenta de resultados. Es un verdadero disparate. Cuánta razón tenía De Gaulle con la Europa de las Patrias. Esto no es una Unión, ni una Federación, ni una Confederación. Es la lonja del pescado a las cuatro de la mañana. Y que me perdonen los pescadores y pescaderos por la comparación.

¡Y encima España, con el problema catalán! Ojala volvieran Felipe o Aznar. Con todos sus errores. Pero también con sus aciertos. Y esto no ha hecho más que empezar. Cómo no van a surgir populismos, si yo, que siempre me he sentido europeo y europeísta, estoy escribiendo algo que nunca pensé que escribiría... Pero no de esta Europa.

Por cierto, eso de que Alemania es un país serio, me parte de la risa. Alemania no cumplió las indemnizaciones ciertamente terroríficas impuestas por el Tratado de Versalles, después de la I Guerra Mundial, a instancias del presidente Wilson, que era un loco delirante, y que, en su obsesión por aplicar el principio de las nacionalidades, hizo saltar por los aires el Imperio Austro-Húngaro, avivando con ello las guerras balcánicas. Y todo ello trajo a Hitler y a la II Guerra Mundial. Alemania y el milagro alemán son consecuencia de los miles de millones de dólares del Plan Marshall. Alemania se reunificó y soportó el peso de la miseria que arrastraba la Alemania del Este, gracias a la ayuda de la UE, en condiciones ventajosísimas, las mismas que ella negó después a los pigs (países del sur de Europa) cuando la Crisis. Sobre todo a Grecia que reclamaba, en vano, una indemnización por los salvajes destrozos que los civilizados nazis teutones causaron en su país cuando la invasión alemana. Alemania y el Vaticano fueron los primeros en reconocer la soberanía e independencia de Eslovenia y Croacia por razones económicas y religiosas respectivamente, trayendo consigo la guerra de Yugoslavia y el surgimiento de una serie de naciones que, mal que bien, convivían primero con el Imperio y después con Tito. ¿Les suena esto a algo cercano a nosotros? ¿Conferencia Episcopal y bisbes catalanes?. Y Alemania impuso la apertura a Eslovaquia, Chequia, Hungría, Rumania, Polonia y Bulgaria, que eran pobres, nacionalistas y corruptos, por sus intereses de mercado. El Lebensraum alemán otra vez. Alemania es un potencial infarto en el corazón de Europa. Cada cincuenta años invade al resto de Europa, antes militarmente y ahora económicamente. Maestros en el supremacismo.

Para Bismarck, padre de la unificación alemana, Europa era solo un concepto geográfico. Y dijo algo realmente inquietante: «Poned a Alemania en una silla de montar. Veréis cómo espolea al caballo».