Se lamentaba George Brassens, cantautor francés y levemente ácrata, de padecer mala fama entre el vecindario. «Todo el mundo habla mal de mí, salvo los mudos», decía Brassens para advertir que a las buenas gentes de su pueblo no les gustaban un pelo aquellos que deciden ir por su cuenta. Los que no se levantan a toque de corneta en días de fiesta nacional, por ejemplo.

Malo es que a uno le atribuyan reputación dudosa por no hacer lo mismo que los demás; pero aún es peor que le cuelguen el sambenito de mal fornicador. Lo advirtió en su día el también cantante Javier Krahe, en una popular letrilla a propósito de una dama que hacía correr el rumor de la pequeña envergadura de cierta parte de su anatomía. «No sé tus escalas y por lo tanto eres muy dueña de ir por ahí diciendo que la tengo muy pequeña», replicaba el afectado en su honor genital.

Mal asunto ese. A la gente de carácter difícil se la suele tildar de malfollada (o malfollado), que es palabra grosera y a la vez injuriosa.

Aunque lo cierto es que la ciencia establece desde tiempos antiguos la relación entre las carencias amatorias y el malhumor, que a menudo deriva en malas maneras. Los romanos resumían en el célebre latinajo «Semen retentum, venenum est» el origen del cabreo que a menudo aflige a las gentes de escasa actividad erótica. La experiencia enseña que, en efecto, la retención de ciertos líquidos vitales produce arrebatos, furores y descomposiciones de ánimo entre quienes la padecen. De ahí ha de provenir, sin duda, la expresión «mala leche» con la que la lengua española alude a la gente que siempre parece estar en conflicto con el mundo.

Confirman estas sospechas los equipos de investigadores de las universidades de Montreal, en Canadá; y de Michigan, en Estados Unidos. Los canadienses llegaron a la conclusión de que acostarse con más de veinte mujeres reduce notablemente el riesgo de padecer tumores de próstata; aunque no aclaran si, para obtener tan feliz resultado, es necesario practicar con las veinte al mismo tiempo o basta con ir probando de una en una. Detalles accesorios, a fin de cuentas.

A su vez, los doctores de Michigan observaron el comportamiento de las moscas del vinagre para constatar que las sexualmente más activas gozan de mejor estado físico y menor grado de envejecimiento que las moscas entregadas a la castidad. Estas últimas serían víctimas de un perjudicial «estrés biológico» que las lleva a vivir bastante menos tiempo que sus lujuriosas colegas.

De todos estos saberes antiguos y modernos parece deducirse que la fornicación contribuye al bienestar general del organismo, a la vez que mejora tanto el carácter como el cutis de aquellos -y aquellas- que la ejercen con frecuencia. Por el contrario, la mala y/o escasa práctica del sexo explicaría, un suponer, el famoso cabreo de los españoles a quienes durante gran parte de su historia se racionó hasta el extremo ese gratuito placer. De ahí habría nacido la cólera del español sentado a la que aludía hace ya siglos Lope de Vega, que tan a menudo derivó -la cólera, no Lope- en sangrientas guerras civiles.

Ahora ya no hay guerras, por fortuna; pero sigue abundando el español (o española) irascible que monta un número por cualquier tontería. Ya están tardando los expertos de Montreal y Michigan en darnos una solución.