Miriam Rodríguez Martínez fue siempre una mujer valiente. Incluso tuvo que ser heroica en muchos momentos de su dura lucha contra los narcos del estado mexicano de Tamaulipas. El próximo 10 de mayo hará un año del día en que fue asesinada. Su cadáver fue abandonado en la carretera 101, la que describen como la más peligrosa de México. Los asesinos no ocultaron sus restos, como en tantas otras ocasiones. Lo hicieron así con Karen, la hija de Miriam. Tenía 14 años cuando la secuestraron y la mataron en 2012. Esas cosas eran bastante normales en su ciudad, San Fernando. Muchos decían que los narcos tenían apoyos entre la policía local y algunos miembros de las autoridades federales.

Con la madurez y la serenidad de sus 50 años, Miriam se enfrentó al sistema. Una mujer que no quiso pactar con el miedo ni aceptar aquel horror sin nombre al que se tenían que someter diariamente muchos de sus convecinos de San Fernando. En una dura lucha de dos años, consiguió que los asesinos de su hija fueran juzgados y condenados. Sin quererlo, se convirtió en la abanderada de los familiares de los desaparecidos. Y un ejemplo a seguir. En marzo del año pasado le informaron de que 29 narcos se habían escapado de la cárcel federal en la que cumplían sus condenas. Entre ellos estaban los dos asesinos de Karen. Miriam sabía que sus días estaban contados. Por supuesto, no lo dudó cuando comprobó que sus escoltas desaparecían de vez en cuando. Fue valiente y digna hasta el final.

Es bien sabido que el paso del tiempo y el silencio, unidos al miedo, se convierten en cómplices involuntarios de los asesinos. Miriam lo sabía. Por eso su voz y su batallar estuvieron siempre en la primera línea de aquella guerra siniestra. El próximo día 10 de mayo en San Fernando y en muchos otros lugares de México la recordarán sus antiguos compañeros de lucha. Dejarán que sus voces se oigan. Ellos saben ahora que el hambre de justicia y la palabra impresa en el frágil papel de un periódico o la palabra que vuela en un medio de comunicación libre de sombras, pueden terminar siendo una de las armas más potentes del espíritu humano.