El otro día puso Cristina Cifuentes en Instagram una foto con su familia. Y la mayoría de los comentarios eran laudatorios, amables, elogiosos. Cariñosos. «Que seas feliz, presidenta». Y en ese plan. Pero cada vez que escribe algo en Twitter la ponen a parir, la insultan, se mofan, hacen chanzas, se cachondean, le dicen que enseñe el máster, la injurian o le responden, como le hacen a Rafael Hernando, con gatitos. Diga lo que diga. Alguien dirá: eso es culpa de las redes sociales. No. Eso es culpa de que sea mentirosa y manguta.

En cualquier caso: qué diferentes son las redes sociales. Pero no tome el lúcido lector esta observación como una conclusión científica, o sea, en Twitter hay mucho malaje y en Instagram están los guays comprensivos, no. A lo mejor fue una casualidad. O tal vez la imagen, una familia feliz, conmovió a los internautas que en ese momento estaban instagrameando y siguen a Cifuentes. La red es el mensaje, estamos tentados de decir, sin embargo. En medio está Facebook, que no es Instagram ni Twitter y que lo mismo vale (como las otras redes) para fardar de barbacoa que para colgar un poema, lanzar epigramas, ligar, proclamar las virtudes de la filatelia, ejercer de cascarrabias o colgar una foto de un Matarromera del 2014 junto a un plato de jamón. Lo que no puede permitirse bajo ningún concepto, debería estar penado, es adjuntar a la foto la palabra «sufriendo». Que además es un gerundio insufrible. Facebook ha anunciado un aumento de sus ingresos del 63% y Mark Zuckerberg (¿tiene Twitter?) ha dicho que dentro de nada, nueve de cada diez contenidos que se compartan en redes serán vídeos. Decía Chesterton que «toda generalización es una estupidez. Incluida esta».

Podríamos aplicarlo a lo de Zuckerberg, aunque sustituyendo generalización por profecía. Chesterton sería un buen tuitero seguramente. Esto induce a varias reflexiones. Lo de que se van a compartir imágenes sobre todo, no lo de Chesterton. Por mi parte, la primera es que he de mejorar la cámara de mi móvil. O mi móvil entero. Una paradoja que siempre me ha inquietado: con tu móvil no puedes hacerle una foto a tu móvil. La gente que tiene dos móviles es más afortunada. En cualquier caso, yo voy a persistir, a ser ese uno de cada diez, dado que me gusta compartir texto. Frases, aforismos, greguerías, calambures o hasta torpes versos. También vídeos.

El peligro es que si pones una frase y te crees por eso escritor, no digamos nada si cuelgas un vídeo: te crees un cruce de Scorsese y Spielberg. Y entonces, claro, sufren tus amigos. Tus amigos de Facebook, que en cuanto ven que has colgado un vídeo se pasan a ver qué ocurre en Instagram. Comienzan las fotos de pies. Sufriendo.