Recuerdo aquel hotel inolvidable, el Portmeirion. Oculto en un remoto y generalmente lluvioso rincón de la costa noroeste del País de Gales. Allí, en Penrhyndeudraeth, me recibió hace ya muchos años su venerable creador, el arquitecto Sir Clough Williams-Ellis. Allí estaba con su perro, inconfundiblemente británico ambos, en la puerta del hotel. Calzaba Sir Clough unas botas de caucho amarillas. Las famosas «Wellies», las Wellingtons, imprescindibles en el campo inglés. Era un vigoroso anciano con los 90 años sólidamente cumplidos, instalado en la vitalidad y el sentido del humor amable de un buen «country squire». Me habían hablado amigos comunes de él como de una auténtica leyenda.

Sir Clough estudió en el Trinity College de Cambridge. Su reputación como arquitecto se extendió por el Reino Unido a partir de la década de los años veinte. Desde muy joven tuvo una ambición. Encontrar y poseer uno de los lugares más bellos del mundo. Y en vez de degradarlo o destruirlo, lo convertiría en su pequeño paraíso. Sin olvidar que un tesoro así tendría que ser celosamente protegido para aquellas generaciones que vendrían después de su fallecimiento. Después de una larga búsqueda, en 1925, su tío, Sir Osmond Williams, le dio una pista. En Gales se vendía una hermosa finca en un lugar aislado, totalmente salvaje, en el extremo norte de la bahía de Cardigan. La propietaria del lugar, conocido como Aber Iâ, acababa de fallecer. Estaba considerado como «una de las residencias más pintorescas de la costa galesa».

Tan pronto como Sir Clough llegó por mar a la casa (no había caminos que merecieran ese nombre) supo que su búsqueda había terminado. La compró. Era exactamente lo que deseaba: acantilados que dominaban las aguas del estuario, árboles centenarios y una vegetación silvestre que se llenaba de flores con el buen tiempo. También había pequeñas caletas de arena fina e incluso un lugar donde proteger las embarcaciones. Y a partir de ese momento su obsesión sería añadir nuevos acres de terreno a la finca original, hasta conseguir aislar aquella pequeña península de cualquier vecindad molesta o inadecuada. Fue en la Semana Santa de 1926 cuando Sir Clough Williams-Ellis inauguró su hotel. Por supuesto, sin cumplir con ningún tipo de engorroso trámite administrativo. Los comienzos fueron desastrosos. La bomba de agua se resistía a funcionar. El suministro de electricidad era más que errático y la cocina era un caos. Pero los treinta huéspedes de Sir Clough estaban encantados de sentirse como unos privilegiados refugiados en aquel lugar mágico. Y la noticia se extendió por toda Inglaterra. En Gales había un pequeño paraíso y Sir Clough tenía la llave maestra para abrir sus puertas. Lo más brillante de la «intelligentsia» británica se enamoró del Portmeirion: George B. Shaw, H. G. Wells, Noël Coward, Bertrand Russell (que terminó comprándose una casa en la vecindad), el actor Charles Laughton, Rose Macaulay, Richard Hughes y tantos otros... Con el tiempo la clientela fue cambiando. Los gigantes del pensamiento fueron dejando sitio a los gigantes del dinero. Y unos y otros adoraban con idéntico apasionamiento aquel lugar.

Sir Clough llamaba a las arboledas que rodeaban al Portmeirion «un refugio para casas caídas en desgracia». Las residencias que se construían en la finca eran unas edificaciones en las que se habían utilizado elementos de grandes mansiones del Reino Unido que habían pasado a mejor vida. Elementos que Sir Clough compraba, transportaba y utilizaba en Portmeirion. Como muchas de esas reliquias arquitéctonicas eran bellos ejemplos del Renacimiento británico, el entorno del Hotel Portmeirion iba adquiriendo unas sorprendentes connotaciones del más noble clasicismo. Cinco años antes de su fallecimiento, Sir Clough fue informado por las autoridades responsables de los patrimonios culturales e históricos del Reino Unido de que se había decidido conferir el grado máximo de protección oficial al complejo del Portmeirion.

En la noche del 5 de junio de 1981 un incendio, alimentado por fuertes vientos del este, destruyó el viejo hotel. Entre los tesoros que se perdieron para siempre -muebles valiosísimos, obras de arte, libros maravillosos, la bodega y sus vinos prodigiosos- estaban las planchas de madera del HMS Arethusa, el último velero de la Royal Navy, incorporadas a las «boiseries» del Cockpit Bar. Pero el espíritu de Sir Clough Williams-Ellis inspiró a sus sucesores. Tan pronto se retiraron los escombros del hotel, empezaron los trabajos de reconstrucción. Con el compromiso de todos de ser lo más fiel posible al viejo Portmeirion. Y así fue. El 29 de abril de 1988 el nuevo hotel abrió sus puertas. Los trabajos que permitieron recuperar una gran parte de lo teóricamente irrecuperable fueron más que admirables. Un año después el Hotel Portmeirion recibía el galardón más importante que se concede en el Reino Unido para premiar la recuperación de un valioso patrimonio nacional perdido. Por la «Brilliant restoration of a great hotel to former glory». Y escondidos en ese remoto estuario en la bahía de Cardigan, entre el castillo de Harlech y el Parque Nacional de Snowdonia, el hotel y el curioso complejo que lo rodea siguen dando la bienvenida a sus huéspedes como en los tiempos de Sir Clough William-Ellis. Arquitecto, hotelero y gentleman.