Os conté hace unas semanas lo del artículo aquel de Rafa Lahuerta. El Valencia se dejó dos puntos en el Bernabéu porque a última hora el árbitro pitó el penalti judoka ese de Marchena a Raúl, y Lahuerta escribió un texto al respecto. A final de temporada el Valencia ganó la Liga y Rafa Benítez, su entrenador, desveló que había usado ese artículo en el vestuario para motivar a los jugadores. Hace un par de semanas, el entrenador del Castellón, Sergi Escobar, comentó en rueda de prensa que había pasado a sus pupilos una de mis columnas, justo en las horas previas de un partido trascendental en el estadio Castalia. El resultado no lo querréis saber, bueno sí, lo sospecharéis y estáis en lo cierto: el artículo de Lahuerta sirvió para que el Valencia fuera campeón y el de Ballester para que el Castellón, que iba líder, empatara en casa y a cero con el Recambios Colón, el equipo de una fábrica, colista y matemáticamente descendido al fútbol regional.

No hace falta decir que los únicos pasillos que me han hecho fueron en el colegio, y no porque hubiera ganado algo sino para cobrar alguna merecida venganza a base de collejas.

Los delanteros son como los novios. Cuando no los tienes los idealizas y cuando los tienes te fijas en sus defectos. A estas alturas no sé qué pensará mi mujer. Nuestra hija ha heredado de ella la inteligencia y la belleza. De mí, salir la última de los vestuarios.

Cuando llegaba alguien nuevo al equipo no me preocupaba que me quitara el puesto, sino que alterara alguna de mis estúpidas costumbres. Vino uno a jugar que quería salir el último al campo en los partidos, porque entonces aún salíamos los equipos a la carrera, primero el de fuera y luego el de casa, y no entendía que allí, porque sí, el último salía yo. Empezó entonces una competición grotesca para ver quién se rezagaba: metiendo la cabeza en la ducha a última hora, haciendo como si se hubiera desatado el cordón de la bota, simulando un vendaje en los tobillos, o como fuera. Salían los nueve compañeros y nosotros ahí haciendo el pavo, que deberíamos reclamar la invención del retrorunning, en parte por correr sin avanzar y en parte por auténticos retrasados. Un día salí cuando ya estaban haciendo el sorteo de campos. Al final gané la guerra psicológica, por supuesto, para que luego digan que no soy constante y que no tengo interés en nada, lo que pasa es que me aplico en las cuestiones equivocadas. El chaval se marchó derrotado, ni siquiera acabó la temporada.

No sé si esa temporada o la anterior, al equipo vino un brasileño. Hay que tener en cuenta que no era como ahora. Lo más exótico que conocíamos era uno del Valencia. Por el mero hecho de ser brasileño, y con solo un entrenamiento, el míster le dio el diez, le entregó galones de estrella y lo puso de mediocentro. El propio brasileño se sintió obligado a responder a la expectativa, a no ser un traidor a la patria, y aquella mañana vi la primera y última chilena en un campo de tierra. En la grada se escuchó un ¡uoh! de esos exagerados que gritaban en la tele con cualquier chorrada que hiciera el Robinho de turno en el Mundial de 2006, porque hasta nuestros propios padres se habían dejado llevar por el hype carioca.

No fue gol aquella chilena, ni llegó a puerta, pero el golpe de la caída todavía le debe doler al pobre. Nuestro brasileño pasó pronto a jugar de lateral derecho, cuando jugar de lateral derecho equivalía a ponerte en un lugar en el que no molestaras demasiado.

Yo sólo he visto jugar a Brasil como dicen que suele jugar Brasil en el anuncio de Nike del aeropuerto, pero ese es otro cuento.