Platón opinaba que toda filosofía es una reflexión sobre la muerte. Es muy extraña nuestra relación con la muerte. Entendiéndolo desde una perspectiva amplia, el término viene a designar todo lo que cesa. Pero desde un enfoque más restringido, la muerte es sólo y exclusivamente la muerte humana, y este significado es el que más significación tiene, el de mayor densidad. El concepto de cesación solo se da como completo en lo humano. En los demás seres vivos sucede en grados inferiores, descendiendo escalonadamente desde la amada mascota hasta el despreciable mosquito o el temido virus. Nuestro endiosado antropocentrismo siempre nos ha llevado a admitir, a veces siquiera sin la necesidad de expresarlo abiertamente, que sólo en la muerte humana la muerte adquiere su pleno significado. Que la muerte existe porque morimos nosotros, mucho más que nosotros morimos porque existe la muerte.

Sea como fuere, el inevitable hecho nos ocupa y preocupa casi toda la vida, aunque a muchos nos genere muchísima más inquietud el modo, el dolor del trámite, que el resultado. Todos queremos que el tránsito sea corto, a ser posible inesperado y en horas de sueño, que cuando apaguen la luz nos pille con los ojos cerrados. Aspiramos a eso que dice Manuel Alcántara en un poema: «y morirme de repente,/ el día menos pensado,/ ese en el que pienso siempre», pero a veces un sufrimiento inhumano, inútil e injusto se ensaña con algunas personas.

El Congreso de los Diputados debatió ayer una Proposición de Ley para despenalizar la eutanasia (que es el modo humano, misericordioso, de aliviar la crudeza del trance), y que nos permitirá, a quienes así lo deseemos, saltarnos la tortura. A mí, que soy lo que tengo más a mano, me gustaría elegir mi muerte como he elegido mi vida. Tener la opción de pararme donde me parezca oportuno sin que las creencias de otro se imponga sobre las mías. Permitir no es obligar, pero prohibir sí. Si el final que me espera es cruel y superfluo, quisiera poder escapar de ese martirio llegando un rato antes donde, de todas maneras, me están esperando. La muerte, al fin y al cabo, ordena la vida, como nos enseñó Quevedo.

Puestos a elegir una ´eutanasia´, que traducido resulta ´buen morir´, yo quisiera irme con el verano, un poco cansado, como quien ha estado mucho rato al sol. Que el mar estuviera verde de levante y que estuviese cayendo la tarde (cuando llegué anochecía y siempre me gustaron los capicúas). Que sonase a media voz el Sittin´on the dock of the bay de Ottis Redding mientras para siempre ya se mezcla con la sal mi rastro azul de ceniza y quedan vencidas las derrotas. Puestos a elegir, ya saben.