Los dirigentes de Podemos, y no sólo ellos, solían calificar irónicamente a Ciudadanos como «la marca blanca del PP». Lo ocurrido con el Gobierno de Madrid parece indicar que no iban muy descaminados.

Como decía Grouxo Marx, «éstos son mis principios... si no le gustan, tengo otros». Esa filosofía de la vida parece guiar últimamente la acción política del partido de Albert Rivera.

Y es que, a juzgar por la sucesión de escándalos en el PP madrileño, el problema del gobierno de esa comunidad no puede circunscribirse a los engaños de la ya expresidenta Cristina Cifuentes.

A Cifuentes la dirección nacional del PP la aplaudió y apoyó hasta que la situación se hizo del todo insostenible. Como ha sucedido una y otra vez con las muchas manzanas podridas de ese partido.

El problema del PP empieza por su presidente, Mariano Rajoy, el responsable último de todo lo que allí ocurre. Pero tan responsable como él son sus acólitos, incapaces de reconocer abiertamente que el rey está desnudo.

Como lo son a su manera esos millones de ciudadanos que, sin que parezca importarles el daño que la corrupción está haciendo a nuestra democracia, siguen apoyándole, con el resultado de que, no obstante todos los escándalos, ese partido sigue superando a los demás en intención de voto.

Es cierto que esto no ocurriría seguramente sin el concurso de unos medios de comunicación públicos tan manipuladores que producen vergüenza.

Que Ciudadanos siga sosteniendo pese a todo al PP en un gobierno clave y tan corroído por la corrupción como el de Madrid no habla demasiado bien de su supuesto compromiso ético y se explica exclusivamente por unos cálculos electoralistas.

A escala nacional, el partido de Rivera se aproxima cada vez en intención de voto al PP, con el que aspira, llegado el caso, a cerrar el paso a su enemigo común: esa «izquierda radical», como ambos la llaman.

La gente suele apostar por el caballo ganador, y muchos lo harán ahora por Ciudadanos, del mismo modo en que el ex primer ministro socialista francés Manuel Valls se sumó tras su derrota a la République en Marche, del presidente Emmanuel Macron.

La torpeza política con la que el PP se ha enfrentado al disparatado desafío independentista catalán ha ayudado a un Ciudadanos cada vez más radical en ese tema.

Una mayoría de españoles están justificadamente hartos del juego del prófugo Puigdemont. Y el partido de Rivera, nacido precisamente en Cataluña, ha sabido aprovechar mejor que nadie tal hartazgo.

Ciudadanos aspira en cualquier caso al relevo del PP con una versión más moderna de la ideología liberal, ajustada a los nuevos tiempos de la globalización como inevitabilidad histórica y del ´sálvese quien pueda´.

A ese partido podrían aplicársele las palabras que escribió en su día el gran sociólogo francés Pierre Bourdieu, que denunciaba cómo para la derecha que hoy llamaríamos ´neoliberal´, el pueblo parecía representar la «sinrazón del arcaísmo, la inercia, el conservadurismo».

Por el contrario, «la modernidad, la razón, el movimiento y el cambio» estaban de parte de la «nobleza de Estado»: gobernantes tecnócratas educados en las mejores escuelas de la Administración que predican la decadencia del Estado y el reino absoluto del mercado y del consumidor.