Hace unos años, cuando todo iba bien en La Rosaleda, hice un artículo criticando algunos de los modos y maneras de llevar a nuestro equipo del jeque, siempre a través de personas interpuestas o intermediarios de uno y otro lado, todos ellos (salvo los que vienen del fútbol) con un nulo conocimiento de lo que es y cómo funciona un club deportivo, porque gestionar el Málaga CF es mucho más que dirigir una empresa, es jugar con los colores y la pasión de decenas de miles de malagueños que, desde su niñez, han seguido a su equipo a través del largo invierno de Tercera y Segunda B y Segunda, la primavera de Fernando Puche, la mala época de Fernando Sanz (por la falta de dinero, sobre todo) y el falso esplendor que trajo el primo pobre del dueño del París Saint Germain a una ciudad dispuesta a comprar todo lo que venga de fuera sin crítica de ningún tipo. A Málaga cualquiera puede seducirla con unas palabritas bonitas, que diría Carlos Cano. Claro, también me acuerdo de cuántos malaguistas se indignaron con ese artículo y cuántos de ellos también montaban en cólera en el mismo momento en que un articulista de cualquier periódico señalaba que bajo la aparente claridad del agua albiazul se removían inquietantes lodos que amenazaban con enturbiar algún día el futuro. Muchos de los que escribimos sabemos más cosas de las que ponemos en negro sobre blanco, y, al no poder confirmarlas con una fuente solvente, esas noticias que nunca se darán se convierten en secretos inconfensables. Y otra vez estamos aquí. En Segunda A o como carajo se llame ahora. Y ahora todos, incluidos aquellos que llegaron a amenazar a periodistas por opinar, señalan la vileza del jeque, un tipo que se rió de Marbella y de sus autoridades con el proyecto del puerto de La Bajadilla y que, oigan, ahora debe estar divirtiéndose de lo lindo viendo a una ciudad preocupada por un equipo que a él le importa un carajo de mar. Ahora el jeque es malo, ahora todos sabíamos lo que iba a ocurrir, ahora resulta que llegar a un equipo pagando la pasta que se dejó en la primera temporada no era el presagio del precipio por el que ya hemos caído. Hace unos meses, antes de que echaran a Míchel, solía indignarme bastante con las críticas al entrenador madrileño después de que le hubieran vendido a media plantilla, a los mejores, y le hicieran un equipo que, como se ha visto al final, es de pandereta, unos jugadores que han arrastrado la camiseta por el fango a lo largo de todo el año salvo honrosas excepciones. Ahora, quizás, toque dar un paso al frente a esos empresarios malagueños enamorados de su equipo que tienen dinero y ganas de hacer un proyecto modesto, en el que la cantera prime sobre la chequera, y que el deporte y el Dios del Fútbol nos sitúen donde nos corresponda, sin que se ponga en peligro la viabilidad del equipo. Este conjunto, si no se gestiona bien, va a acabar como el añorado Club Deportivo Málaga, aquel equipo que dejamos morir para vergüenza y oprobio de nosotros mismos como pueblo, de nuestras instituciones y de la sarta de inútiles que se aprovechó de aquel conjunto moribundo a principios de los noventa. Aún estamos a tiempo. Se buscan empresarios malaguistas y malagueños limpios de corazón. A ver si alguno da el paso.