Cada monarquía sobreviviente ensaya su propio modelo de supervivencia. Hace ya mucho que la británica ha optado por el de ofrecer espectáculo continuo, opción tan respetable como cualquier otra. En ese programa la boda es un episodio de éxito seguro (todo ritual de apareamiento o emparejamiento lo es), pero si el programa acabase ahí la serie sería muy corta, y además la dicha no tiene valor sin la sombra de desdicha. En la generación de la actual Reina, las desdichas de la princesa Margarita, su amado piloto divorciado (Peter Townsend) y su fotógrafo de repuesto (Tony Armstrong-Jones) dieron espectáculo de baja intensidad pero muy sostenido. En la del príncipe Carlos y Diana (en este caso con siniestro mortal, un número duro), con la línea colateral de Fergie, qué vamos a decir. En España tampoco vamos mal servidos, pero sin la receta secreta británica para convertir todo en glamour.