Por aquella mano materna fui llevado ligero/ por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día./ Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro./ Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas./ Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas». Con estos espléndidos versos pone broche nuestro Premio Nobel Vicente Aleixandre a su poema dedicado a Málaga Ciudad de Paraíso.

Si nuestro egregio poeta tuviera que versar hoy su visión mágica de esta urbe, debemos estar de acuerdo que la oda se tornaría en elegía, pues el cielo de Aleixandre en el Centro Histórico se ha convertido, gracias a la connivencia de nuestros representantes públicos, en el vestíbulo de un infierno dantesco donde a la misma capital se le está haciendo daño y en cuyas puertas se podría leer la inscripción: «Es por mí que se va a la ciudad del llanto€ abandona la esperanza si entras por aquí».

Es un pensamiento cada vez más enraizado entre la mermada vecindad del Centro Antiguo, tan sólo unos 5.000 -hace dos décadas superaban los 20.000-, quienes observan como invitados de piedra el continuo menoscabo de su entorno residencial. Los vecinos padecen un ruido «insostenible» con los graves trastornos que causa sobre la salud mental y cardiovascular, según la Organización Mundial de la Salud. Además, la Justicia europea lo ha calificado como un ataque a los derechos fundamentales.

Tras meses de negociación con el Ayuntamiento para la aprobación de las calles donde habitan como Zonas Acústicamente Saturadas, de nuevo otro contradictorio zas les cae con la respuesta del Consistorio de posponer esta medida hasta final de año. No es tan sólo el ruido, es un síntoma más de un modelo económico el cual apuesta por una industria que da beneficio a corto plazo, desfigurando a Málaga en un edén perdido.