Se están esforzando algunos de nuestros munícipes por antonomasia en hacer de Málaga una ciudad inteligente. Tal vez si lo fuera, inteligente, ellos no serían munícipes aún.

Tal vez sí. Quién sabe. Málaga no es tonta. Por eso al fin mira al mar, prolonga sus atardeceres, dice hola a los cruceros y no pregunta a nadie de dónde viene o dónde ha nacido. No se clavan en la arena de las playas cruces amarillas con sabor a muerto e ilegalidad y sí sombrillas en las que a ratos guarecerse del sol bebiendo un Fanta y leyendo a Pérez Estrada. La mar ya está caliente. La mar, «una suposición de peces y navíos», que decía Neruda. Y también calientes las sartenes de los chiringuitos, que fríen boquerones a buen ritmo. Creo que «boquerón de plata» es una de las mejores figuras literarias que se han inventado. Me hacía mucha gracia, me parecía entrañable y todo un hallazgo cuando la oí de pequeño por vez primera. Era el nombre de un bar, también, cervecería céntrica, barra como de acero, servilletas y cabezas de gambas en el suelo, hombres maduros fumando, espuma de cervezas, vocinglerío y un niño que no llega a lo que él llama mostrador para pedir unas croquetas. Creo que hoy en ese local hay una franquicia. Es lo lógico. No anoto melancolía. No volvería a ese bar y sin embargo puedo en ese nuevo negocio que lo suplantó comprar bragas de colores. Los bares de gambas ya no tienen gambas en el suelo. No todos.

Se ha perpetrado un plan municipal para hacer de Málaga una urbe inteligente, que no lo será tanto por cómo coloca los contenedores de basura, a veces a las puertas de un restaurante. Tal vez un restaurante insobornable. Por cómo coloca sus carriles bicis, mal trazados, torcidos, interruptus, a veces junto a terrazas dejando como misión imposible al peatón serlo. Por como encara algunos debates.

Se ha trazado un smart plan y la noticia coincide con otra que afirma que Málaga ha bajado treinta y tantos puestos en un ránking de ciudades que mide eso, a las ciudades habilidosas, listas, inteligentes, preparadas. La Málaga simpática de los coches eléctricos tiene ratas en el Astoria, hay eficiencia energética aunque también poética. La avaricia alquilatoria o inmueblerina se ha instalado como un habitante más del Centro. Se ha empadronado, ha dicho aquí estoy y yo y asandaliados turistas con calcetines la alimentan.

Málaga merece la pena. Es inteligente vivir aquí. Y ser crítico. Y eso ya de antes de ningún plan de inteligencia. Es inteligente mirar la mar pero sin atontarse. Y no tirar piel de gambas al suelo. Hay que leer a sus poetas. Ser crítico. Tal vez fundar un bar que se llame La sardina de oro. No para dar de gañote un sombrita a los munícipes.