Es muy improbable que en el futuro Mariano Rajoy figure en los libros de ciencia política por sus aportaciones. En cambio, sí parece seguro que será citado en manuales de resistencia de materiales, o quizás exhibido como ejemplo de supervivencia psicológico-política en cualquier congreso científico. Cuando parece que se cae -no cabía imaginar sentencia más demoledora relacionando al PP con la corrupción sistémica- Rajoy es capaz de decir que no pasa nada y que lo de la trama corrupta Gurtel es algo que sucedió en Pozuelo y Majadahonda, un par de pueblos de al lado.

Tras la sentencia, Pedro Sánchez no podía hacer otra cosa más que presentar la moción de censura, o se le hubiera acusado, dentro y fuera del PSOE, de estar muerto políticamente. Y Albert Rivera no podía optar por algo distinto a pedir elecciones anticipadas, interrumpiendo su estrategia de desgastar lentamente al PP. Si ahora termina apoyando la moción, como mucho, se quedaría como vicepresidente con Sánchez. Con elecciones, Rivera, según las encuestas, puede aspirar a que Sánchez sea su vicepresidente. Ese es el juego de fondo no declarado. Pablo Iglesias -ingenioso y rápido esta vez- ha manifestado su apoyo a la moción de censura sin condiciones. El lío del chalet, y, aún peor, la polémica interna por recurrir al referéndum para salir del entuerto, lo han dejado sin margen para acrobacias políticas.

Rajoy queda muy tocado, cierto, pero no hundido. No canten victoria. Es verdad que se mostró muy excitado en su diatriba en exclusiva contra Sánchez del que elogiaba hace dos semanas su «sentido de Estado» por su actitud frente a los independentistas catalanes. Del nerviosismo interno dan cuenta sus voceros que lanzan palabras furiosas en su defensa: «Pedro Sánchez, si acepta ser investido con los votos de los nacionalistas, será el Judas de la política española», nos ha regalado Maillo para el campeonato de salidas de tono. Hay miedo. Y en Rajoy, además, fastidio, porque le impidieron su presencia en la final de la Champions. Rajoy es merengue hasta el punto de declarar en su día, en Galicia, que «el Real Madrid es el equipo de todos los españoles».

La batalla es a muerte. Hay quinielas incluso entre los periodistas del Congreso porque pasar, aquí puede pasar de todo: que la moción triunfe con apoyos de la Izquierda y los independentistas; que triunfe con los votos de Ciudadanos, con lo que los independentistas ya no serian necesarios y, por supuesto, también que no triunfe. Sería la cuarta moción de censura fracasada en la historia de la democracia: la de Felipe González contra Adolfo Suárez; la del popular Antonio Hernández Mancha contra Felipe; y la de Pablo Iglesias contra Rajoy. A Rajoy lo salvó hace dos años Pablo Iglesias evitando un gobierno Sánchez-Rivera y ahora puede socorrerlo el propio Rivera. Pagaría un alto precio por ello porque no se puede ir de regenerador y no inmutarse ante esta sentencia. Esta y las que vienen, que servirían para recordarle al electorado su actuación.

Y a ver que hace el PNV que es, en momentos clave, el partido más importante de España con solo cinco diputados pero decisivos. Hubo Presupuestos del Estado el miércoles pasado porque el PNV cobró el «cuponazo» y olvidó la exigencia de una retirada del 155 en Cataluña. Ahora, según como vaya, pueden decidir si Rajoy cae o no.

Con este agitado entramado de opciones -Ciudadanos apoyaría la moción si el PSOE presenta un «presidente instrumental» solo para convocar elecciones- solo cabe recurrir, para orientarse, a la sabiduría popular. Menos clásicos y más Jose Mota con su antología de frases. «Si hay que ir se va, pero ir pa ná es tontería»; o quizás mejor, «las gallinas que entran por las que salen», recurso negociador de altura.

Aunque el pasado viernes Mota se superó en TVE con su nueva afirmación rompedora: «Prefiero un palizón en un descampado ante notario y a culo visto». El misil aún no tiene destinatario definido pero puede formar parte de la solución dialéctica a esta crisis.