El cirujano cardiaco Yoshiki Sawa, de la Universidad de Osaka, acaba de recibir la aprobación del Ministerio de Salud nipón para utilizar, por primera vez en el mundo, células reprogramadas genéticamente para «reparar» corazones humanos dañados por enfermedades cardiacas. El equipo de Sawa trabaja con células madre denominadas iPS, «células pluripotentes inducidas»: son células de tejidos corporales «a las que se induce a volver a un estado embrionario desde el cual pueden convertirse en otros tipos de células», detalla la revista «Nature» en la información que dedica a la labor del doctor Sawa. Este cirujano nipón cultiva hojas de tejido con este tipo de células que, una vez implantadas, contribuyen a regenerar el músculo cardiaco dañado. Hasta aquí la noticia alentadora: una nueva esperanza para todos los cardiópatas del mundo, que no son pocos. Ahora, las dudas. Sawa tiene el permiso legal para iniciar las pruebas con tres pacientes en 2019 y luego hará ensayos clínicos con otros diez. Si el resultado muestra que el tratamiento es seguro, pronto será comercializado gracias al llamado «sistema acelerado de medicina regenerativa», que Japón puso en marcha en 2014 al objeto de sacar al mercado cuanto antes tratamientos «potencialmente salvavidas». Así se saltan ensayos clínicos costosos, centrándose en la validez de pequeñas pruebas piloto. Los críticos con este procedimiento acelerado insisten en que el sistema es defectuoso y que hace falta más tiempo y un grupo de control más amplio antes de constatar cuáles son los efectos reales del tratamiento. Y advierten de un riesgo asociado: que algunos pacientes abandonen otras terapias para someterse a una de dudosos efectos. La acelerada revolución genética que estamos viviendo nos desborda. Necesitamos una nueva alfabetización en este ámbito para poder tomar decisiones que pueden cambiarnos o incluso costarnos la vida. Ésta es la tesis que defiende el investigador Robert Chapman, de la Universidad de Londres, en un ensayo publicado inicialmente en «The Conversation» y que por su interés han replicado otros prestigiosos medios científicos como «Scientific American». Chapman afirma que ya no nos sirven las enseñanzas escolares sobre que «hay un gen dominante para los ojos marrones y uno recesivo para los ojos azules. En realidad, casi no hay rasgos humanos que pasen de generación en generación de manera tan directa». Tenemos que entender que es todo mucho más complejo, ya que «a medida que más productos y servicios comienzan a utilizar datos genéticos, existe el peligro de que esta falta de comprensión pueda llevar a las personas a tomar algunas decisiones muy malas» como someterse a costosas pruebas o a tratamientos genéticos que pueden no ser los adecuados. «Y mi investigación ha demostrado que incluso los mejor formados de entre nosotros tienen un conocimiento genético pobre», advierte este investigador británico.