No sé vosotros, pero yo no estoy preparada para un mundo sin Mariano Rajoy, de veras os lo digo. Ha sido todo demasiado rápido e inesperado. Llevo días tratando de asimilarlo y no hay manera. Me siento incapaz de aceptar que quizás ya nunca más podamos disfrutar de su talento. No contaba con tener que decir adiós tan pronto a esas perogrulladas míticas, a esos sinsentidos verbales que tantas alegrías nos han dado, a esa mala leche parlamentaria o a sus refranes y expresiones de 1517. Porque, aunque también nos ha causado algún que otro disgustito (minucias, todo olvidado), no podemos negar que ha contribuido a salpimentar nuestra existencia. Va a resultar very difficult todo esto sin él.

Vale, quizás ahora sea posible dibujar un horizonte en el que no chapoteemos en barrizales de corrupción. Tal vez logremos deshacernos de esa pelusilla franquista que recubre todavía algunas de nuestras instituciones. Incluso puede que consigamos recuperar tres o cuatro de los derechos sociales que se han ido descalabrando por el tortuoso camino de las últimas legislaturas. Pero, ¿de qué sirve todo eso si como contrapartida perdemos a un líder espiritual de semejante calibre? ¿Acaso una vida sin Mariano haciendo sus cosas de Mariano es digna de ser vivida? ¿De verdad resulta necesario que se vaya, esto lo han pensado bien?

Es que me lo imagino recogiendo su pisapapeles y sus corbatas de Moncloa y se me encoge el corazón. Sólo espero que vuelva a su plaza de registrador de la propiedad en Santa Pola y disfrute de unos años tranquilos y placenteros junto al Mediterráneo. Se lo ha ganado.

En cualquier caso, mientras el telón de este ciclo va cayendo, quiero aprovechar para darle las gracias por dos valiosísimas enseñanzas. Una de ellas ha sido la importancia de saber resistir inmóvil, sin ceder ni un milímetro al adversario. Rajoyismo como estilo de vida. En este tiempo en el que se nos exige ser proactivos, dinámicos y flexibles, nuestro gurú de Pontevedra reivindica mantenerse fiel a uno mismo y soportar todos los envites sin despeinarse. Siguiendo la férrea filosofía vital de no hacer nada, el presidente de nuestro corazón ha logrado ver pasar por delante de su puerta a decenas y decenas de cadáveres políticos a los que un día consideró rivales. Ya lo sabéis, niñas y niños, el truco está en aguantar hasta que tu enemigo se rinda por agotamiento. Vale, quizás esta vez la táctica no le ha funcionado, pero cualquiera puede tener un tropezón en el baile de la vida.

El segundo motivo para darle las gracias estriba en que me ha ayudado a valorar los pequeños placeres cotidianos: jugar al dominó, tomar una caña con amigos, salir a andar, disfrutar de los espectáculos que nos hacen felices (en su caso, el fútbol; en el mío, La Patrulla Canina sobre hielo). Da igual que el país que diriges esté ardiendo ahí fuera, si algo he aprendiendo de Rajoy es que todo se soluciona sintonizando el tour de Francia y dejando que los acontecimientos sigan su curso. Por algo un vaso es un vaso y un plato es un plato. Únicamente me queda desearos a todos que en esta vida logréis haceros muy Marianos y mucho Marianos. Madre mía, lo voy a echar tantísimo de menos€Siempre se van los mejores.