Ha dejado de estar perpleja la izquierda, y ha tomado por fin la iniciativa. Ya nada será igual, tras este movimiento por sorpresa -uno de los factores del buen estratega- iniciado por Pedro Sánchez, un líder al que la política sólo ha puesto pendientes insalvables para demostrar la invalidez del mito de Sísifo. Una moción sin ser diputado, y en pleno proceso interno de consolidación de la unidad del Partido Socialista.

Podemos entra por fin en la línea de realización de su tarea histórica, una vez fracasada su primera intención de sustituir sin más al más antiguo de los partidos españoles, y al artífice principal desde la izquierda de la fundación y la consolidación de la democracia, junto al Partido Comunista de España. Representan a la España insurrecta nacida de las políticas neoliberales del PP contra la crisis de 2008, que les han convertido en sus principales víctimas por el paro y la emigración forzosa, y por la pérdida de los horizontes vitales y profesionales de una generación entera. Perderán la pureza de sus orígenes, pero comenzarán a poder construir la nueva España que se espera mejore la democracia y, sobre todo, recupere las políticas sociales y contribuya a resolver la profunda crisis del proyecto europeo.

La victoria de Sánchez crea las condiciones para la regeneración de la política, al poner fin a esta etapa del Partido Popular, basada en los últimos tiempos en vaciar a la democracia de su virtud para crear ciudadanía responsable y activa, y dar la sensación de que, como en la época de la Restauración, sólo los representantes de las clases medias y altas son capaces de administrar un país en crisis por su cercanía a los poderes económico-sociales.

De las dos alternativas posibles a la superación de la corrupción institucionalizada en el seno del Partido Popular -y que ha puesto a la justicia como eje de la vida política-, la del PSOE reclama su posición como primera fuerza política de la oposición, y hace uso de la memoria del socialismo en la historia de la democracia en España. La otra, Ciudadanos, pasa a tener que administrar la crisis de la derecha, y buscar ahora la victoria electoral próxima entre su propio electorado y la atracción de los votantes del PP como su nueva opción política. Todo depende de cómo ahora el Partido Popular digiera lo que le ha ocurrido, y reconstruya su organización y su liderazgo.

La moción de censura resultaría incomprensible sin tener en cuenta la situación interna del Partido Socialista y la naturaleza del liderazgo de Pedro Sánchez. Una de las tareas pendientes del socialismo español era lograr el grado de cohesión que se requiere para poder alcanzar el apoyo de los ciudadanos y la capacidad de ejercer el gobierno del país, una prueba imprescindible de credibilidad hacia el exterior. No la tenía aún, y los partidos, al igual que otros colectivos humanos a los que se ha referido Claudio Magris, necesitan también de su «pietas», el nexo afectivo y sentimental que los cohesiona y confiere sentido de grupo a su acción social, y en este caso política. Todos son importantes, pero los socialistas andaluces siguen siendo decisivos.

La iniciativa del líder socialista tiene todas las características de un «gesto», el que define a un político luchador, perseverante, sólido y, además, valiente, virtudes necesarias para el liderazgo de los ciudadanos, pero también de su propio partido. Ya le han acusado, de ambición de poder (un requisito como es sabido para la política, no confundible con su abuso).

El nuevo presidente socialista, que ha construido heroicamente un liderazgo interno, necesita ahora más que nunca estar bien acompañado con un partido, un equipo de colaboradores unidos y dispuestos a la lealtad imprescindible en todo proyecto político.

Tiene lo ocurrido estos días el aire de un cambio de los que hacen la historia, un giro que, además, eleva a la dirección del país a una generación nueva de políticos, que podían haber adelantado su tiempo a 2016, cuando el joven presidente ofreció a Rivera e Iglesias regenerar la democracia española ante el retroceso electoral del PP. Pero la historia marca ella misma sus ritmos y se precipita cuando quiere. Ahora, de todos los cometidos que le esperan a Sánchez ninguno tan importante, ninguno tan grave, como resolver la crisis de Estado en Cataluña, una tarea que, si la resuelve, por sí sola daría sentido a todo lo que ha ocurrido estos días pasados.

Hay una cierta sensación de vértigo en la sociedad española, que sin embargo demuestra una vez más ser lo mejor que tiene nuestra democracia, y tener a prueba de fuego la virtud de la paciencia. Recuerda al que sentía la generación de la Guerra Civil tras la muerte de Franco y el inicio de las reformas de Adolfo Suárez, que si bien abrieron el camino a la democracia, daban miedo a quienes guardaban memoria de la guerra y que creían imposible una transición en paz por la gran fuerza que conservaba aún el franquismo. Los jóvenes de entonces no lo sentían. Y estos que se ponen ahora al frente del país creo que tampoco. Es su hora, la de los hijos y nietos de la Transición. Confiemos en ellos, con el optimismo que proviene de ser generaciones mejor formadas que las nuestras, más abiertas y libres, más generosas y universales y con la presencia más igualitaria de las mujeres. Y confiemos también en haberles enseñado bien la historia, y sepan identificar en el pasado de nuestro país, y de Europa, aquellas cosas que de ninguna manera hemos de repetir.