Medianoche. Silencio casi absoluto. Sin apenas moverme, permanezco en mi casa con la oreja pegada a la puerta. Me llevo un dedo a los labios para que mis hijos y mi mujer, con los ojos muy abiertos, eviten cualquier ruido. Y entonces, en ese mismo momento, es cuando me parece escuchar algo. Ellos se dan cuenta por mi gesto, se muerden los labios y aguantan la respiración mientras yo aguardo. Abajo, la puerta del portal se cierra. Un inesperado jaleo irrumpe en el ascensor. Trasiego de maletas rodando, risas, charanga y pandereta. Desembarcan en mi rellano y, observándolos a través de la mirilla, se adueña de mí la más absoluta desesperanza. Mi familia la advierte y adivina en mis ojos. La puerta de enfrente se abre y, cantando bajito, toda una procesión de maletas y viajeros se hace con la posesión del inmueble. Miro a mi familia. Ellos me miran a mí y yo les transmito la irremediable desazón de lo obvio y lo inevitable. Porque así es. Era de esperar. Han llegado hasta el umbral de nuestra puerta. Que Dios nos guarde. Otro piso destinado al alquiler turístico. Según datos del mes de enero, la presión turística de Málaga ha alcanzado el séptimo lugar entre las restantes provincias de España, con una media al año de ocho turistas por cada cien residentes. No negaré que Andalucía necesita del turismo y, por ende, Málaga también. Pero claro, según nos vaya, según nuestro oficio y la posición que ocupemos en el estrato social, habrá quien catalogue al turista como un regalo celestial increíblemente beneficioso, como una eventualidad positiva que hay que saber gestionar y que precisa de ciertos controles o como una plaga devastadora que resulta necesario y urgente erradicar a toda costa. Yo, como casi siempre, prefiero colocarme en el centro. Una excesiva regulación o control público de la propiedad privada, y en concreto de los inmuebles, de los pisos, de las casas, bien pudiera calentar el desagrado, los ánimos y las bocas de la ciudadanía en estos días hostiles donde, entre otras cosas, la realidad del impuesto de sucesiones ya ha inundado los foros, los debates, las recogidas de firmas, las barras de los bares y los mentideros de todo tipo. El ciudadano de a pie, así, sin muchos matices, vendrá a decir que él con su piso hace lo que le da la gana, que para eso lo ha pagado y tributado. Pero lo que también está claro, y ya se comienzan a notar los efectos, es que la proliferación de arrendamientos turísticos en el centro de Málaga comienza a dificultar el acceso a la vivienda de alquiler por parte de quienes viven en la ciudad durante los doce meses del año. Y ello no sólo porque queden pocos inmuebles libres destinados a este uso, sino también porque la propia ley natural de la oferta y la demanda ha elevado de manera notable el precio de las rentas por vivienda. Y claro, el que antes vivía de alquiler en el centro, es posible que ahora, de repente, no pueda permitírselo. Por lo demás, la cosa no queda aquí. El imparable ascenso de la cantidad de viviendas dedicadas al alquiler turístico provoca un efecto llamada, lógicamente, en el turismo. Y como consecuencia de ello, todo, hostelería, instituciones, comercio y servicios públicos, se orientan y enfocan hacia este sector como si no hubiera otro Dios. Todo ello, por supuesto, acarrea una consecuencia nefasta que no es otra que la pérdida de identidad urbanística y la desaparición de los comercios tradicionales. Tal es así, que el centro urbano comienza a convertirse en una suerte de parque temático donde únicamente afloran las franquicias que llaman la atención del crucerista. Y en estas estamos. Esperando que llegue el momento en que dé lo mismo pasear por el centro de Málaga que por el centro de Bilbao. La ilusión por disfrutar de lo autóctono, de lo de toda la vida, se va difuminando. Ya no hay lugar para eso. No queda más que aguardar a que lo público nivele dicha situación. Pero claro, a veces, confiar en lo público igual es demasiado confiar. Mucho mejor que yo lo expresaba Dante en aquella máxima sobre el dintel del Infierno: ´Los que aquí entráis, abandonad toda esperanza´.