Para este jueves se anuncia terral. Que seca la piel y enciende el ánimo, no te deja vivir, te encala de sudor y te hace pesada la vida. Ni en la playa se está bien. La sandía en la orilla no se enfría. Aire a tope. Dolor de garganta. Aire desenchufado, axilas manchadas. La hora de la siesta se hace inmensa, las calles quedan vacías, inhóspitas. Volantes calientes, volantes que queman. Sombrillas en las terrazas. Respecto a los líquidos, nos convertimos en eso que Augusto Assía y también Camba decían de ciertos alimentos ingleses: «Si está frío es sopa si está caliente, cerveza». Gazpacho ingerido como agua. El mío sin ajo. Se está bien en los grandes almacenes. No falta quien se lleva una rebequita.

El terral, nos lo explican todos los años, es un viento caliente de no sé cuál procedencia. El terral es también el nombre de un acreditado ciclo de conciertos. Y un género periodístico, incluso un género columnístico. Colecciono columnas sobre el terral. Al terral, además de padecerlo hay que glosarlo, encontrarle adjetivos, metaforizarlo, meterlo en frases líricas, evocar sus efectos con certeras palabras, buscarle pareados, ripios, incluso sonetos. Falta un buen soneto al terral, con su hondura y prestancia, su número canónico de versos y estrofas, el terral como «la muerte en vida». Y en ese plan. O el terral como infierno mismo sobrevenido. El terral es el aliento del demonio.

Te despiertas empapado en sudor. Peor sería despertarse empapado de vómitos, engrudo o cenizas o tiros. No es consuelo. De tanto nombrar la tramontana, Pla hizo de ese viento un personaje de sus diarios e incluso de sus dietarios a vuelapluma. La tramontana aquí, la tramontana allá. Ahí, soplando fuera de la masía mientras él emborronaba folios, pensaba adjetivos, liaba cigarrillos y digería espárragos, capones rellenos y vino peleón. Boina calzada. Lo contrario de vino peleón no es vino pacífico. Al terral hay que escribirle pero guarecido, bien bajo la higuera si el día lo tiene uno bohemio o bien ya de noche en el ordenador, que también padece el terral y está como más lento, menos receptivo a las ocurrencias.

A mi ordenador no le funciona la tecla de la ´T´ cuando hay terral, así que si hubiera escrito esta columna el jueves sería una columna sobre el «erral», que no es nada o es como «errar» pero en idioma de Chiquito. Terral. No agudiza el ingenio. Fastidia. Quita hambre. Espanta turistas. Vacía avenidas. El terral da besos de muerte a las camisas de lino.

Hay que prepararse, hidratarse. Es un calor como de España negra y crimen; anciana demudada vestida de negro lamentando haber presenciado un luctuoso perdigoneo. Espolea malos instintos. No nos pongamos violentos y agarremos abanico, gaseosa y sombra. Por mucho calor que haga, este siempre será para alguien el verano de su vida. Tal vez como aquel de Hemingway en París: «Comíamos bien y barato, bebíamos bien y barato, y juntos dormíamos bien y con calor. Nos queríamos». O sea, una fiesta.