'Mirando atrás sin ira', por José Becerra

Bien mirado habría que reconocer que Mariano Rajoy ha tenido un final de su vida política que muchos consideran inmerecido, por muy legal que sea de acuerdo con las normas democráticas que felizmente nos dimos en su día. La división de poderes ha funcionado en el país para nuestro contento y bien de cuantos acatamos la democracia y las leyes e imposiciones que de ella emanan, y nadie puede negar que los tribunales cumplieron con su deber al condenar la corrupción que afectaba a buena del partido de Gobierno. ‘Dura lex, sed lex’, dice la frase lapidaria romana. Sin embargo, de Rajoy, ahora que su figura está por muchos poco menos que en los suelos, convendría destacar algunos aspectos incontrovertibles de su mandato. Sobre todo, admitiendo sus errores, de los que nadie está libre, para ser justos y equitativos con su trayectoria política, no convendría dejar de lado, los frutos de su gobernanza del país que se han mostrado palpables en los últimos tiempos. Entre otras cuestiones, habría que admitir sin paliativos la certeza del despegue de nuestra economía, que hoy se considera puntera entre otras de los países de nuestro entorno geográfico, su nada dudosa voluntad de servir los intereses generales de la ciudadanía y procurar el bienestar de sus conciudadanos merced a un acrisolado sentido de Estado, lo cual lleva emparejado el del servicio público. De justicia es reconocerlo y no dejarlo en saco roto sin más: se impone que se considere la trayectoria del ya expresidente con ecuanimidad y sin encono, admitiéndose sin cortapisas su innegable servicio a España, que no es poco. Convendría mirar atrás sin ira para calibrar esta certeza en sus justos términos.