Entre los desencantados surge el desencanto, y ahora no con la vieja política, sino con la suya. Esto del encanto y el desencanto es una lata, salvo que convivas con la enfermedad. Tengo amigos que se pasan la vida así, dejándose encantar y desencantándose, y son mucho más felices que yo. Todo ayuda al desencanto de los desencantados: el felino Sánchez, que estaba letárgico (como la mayor parte del día los de su especie), salta a la yugular del poder y se hace con él, pillando en offside a la familia Iglesias/Montero, que batallaba esos días a golpe de red (y no contra la casta, sino contra sus desencantados por el sombrajo de la Navata). Ahora mendiga un poco de poder para encantar con esa varita mágica a los suyos, pero el felino lo que pilla no lo suelta, y ha formado un gobierno de material muy durable, aunque no se sepa cómo. De momento ha vuelto a encantar a muchos desencantados.