El Málaga Club de Fútbol está hoy en un momento con difícil solución. Han pasado ya bastantes semanas desde que se consumó el descenso. Eso sí que parecía planificado. Parecía el plan de la dirección deportiva: bajar cuanto antes. Pero al final de aquel camino no había nada. No se empezó a planificar la siguiente temporada en abril; ni siquiera en mayo. Ni siquiera, parece, que principios de junio sea el momento. El club tiene los pies de barro. No hay entrenador, no hay director deportivo -por enésima vez-, no hay quien mande en la Academia y, lo peor, no hay quien mande en el club.

Suenan jugadores de vuelta, tipos que a sus treinta y tantos quieren volver a sudar la camiseta... o a pasearse. A la vista está que al jeque le da exactamente igual si el que está triscando en el campo sea malagueño, lagarterano o malasio.

El Málaga está agonizante. Este año no parece que vaya a ser mejor. Casos recientes como los del Mallorca o el Racing de Santander no ayudan a ser optimistas. Hoy soy de esos malaguistas depresivos cuyo mal menor es el precio de un abono que vale lo que cuesta. De nada sirve ilusionarse, de nada sirve pensar en un Málaga de vuelta a la élite en esta dura temporada, de poco sirve pensar que la afición malaguista vaya a disfrutar este año. Que nos merecemos una rotonda es obvio. Nos merecemos una rotonda, un presidente que no nos ningunee, que tenga en el club algo más que un instrumento de venganza o un juguete. Yo, que tuve paciencia con Al-Thani, hoy le quiero fuera y lejos. Es en estos momentos cuando uno sueña con un club encabezado por malagueños. Es entonces cuando empiezan otros miedos. Más vale ser un pobre con identidad que un rico sin rumbo. Aunque lo peor es ser un pobre sin rumbo. Esa es la impresión que da el Málaga en estas fechas.