Que es una frase que recuerdo haber leído en los cómics de Asterix, dicha por el anciano pirata, sentencioso y resignado en su eterna derrota y naufragio, sin comerlo ni beberlo, cuando se cruzaban con los galos. Viene al hilo de mi manía de caer en los detalles desapercibidos, en la tramoya de los grandes acontecimientos, en la intrahistoria más allá del oropel, y esa convicción de que los planes a largo plazo son pura vanidad, porque un día se te cruzan dos galos o una moción de censura y adiós, mundo cruel.

Qué lío, ¿no? Un día eres, no sé, ministro del ramo, con la agenda que echa humo, tus visitas protocolarias, tus conocidos que se dan codazos cuanto te ven en el periódico «Mira: Manolo? ministro del ramo. Como si fuera familia mía: hicimos la mili juntos y al día siguiente, como en un anuncio de colonia antigua, te ves envuelto en un tumulto y te han acompañado a la salida con el ruego de que cierres por fuera. ¿Y la agenda? ¿Y las vacaciones, que ya habías pagado la reserva? ¿Y el colegio de los niños? ¿Qué pasa con las clases de yoga, Manolo, que pagué el año entero? ¿Te esperan o no te esperan en Tremendal de Arriba, ahora que ya no vas a hablar del dibujo futuro de un apeadero de mercancías? ¿Qué a donde nos vamos, Manolo, que la casa la tenemos metida en AirBnB? Y Manolo recogiendo sus cosas en la caja de cartón que le dan a todos los cesantes en las películas americanas, metiendo el poto, el dibujo del día del padre, la foto con el presidente, las bolas antiestrés y el tarjetero con esa sonrisa de despedida que se asemeja a un calambre y buscando en Google mudanza urgente casa ministro low cost.

Poca broma, damas y caballeros, que nos puede pasar a cualquiera. A cualquiera que sea ministro, claro.