Si habrá temas esta semana para comentar este sábado, y al final vamos a acabar estos cuantos párrafos hablando de selfies. La semana en la que Mariano Rajoy ha anunciado que deja la presidencia del Partido Popular. La semana en la que se ha conformado el primer Consejo de Ministras y Ministros de la historia de España. ¡La semana antes del Mundial de fútbol! Y la imagen que me han dejado los últimos días es el selfie de un idiota. Italiano, para más señas, pero idiota al fin y al cabo. No soy yo mucho de autofotos, y no es porque desde hace meses no funcione la cámara delantera de mi teléfono móvil, si no porque, quizá en una actitud desfasada para los tiempos que corren, para mí lo importante de una fotografía es el dónde y no el quién. De hecho, ya de chiquitito, me reñían mis padres cuando iba de excursión con el colegio y mucha foto del Tajo de Ronda, de la granja escuela de Coín o de los bichos del zoológico de Jerez, pero pocas fotos mías o de mis amigos. Impensable hoy en día gastar un carrete en un viaje, un fin de semana o de una simple noche de copas sin que el protagonismo recaiga en primeros planos de quienes podrían estar en Málaga, en Roma o en el cuarto de baño de su casa. La imagen de esta semana, el colmo de la estupidez, llega de Italia y la captaba un reportero gráfico, que cubría un accidente en la estación de tren de Piacenza. Una mujer yacía entre los andenes tras ser golpeada por un tren y, desde la plataforma, un joven vestido de blanco y una riñonera al hombro (¡una riñonera!) se autofotografiaba haciendo el símbolo de la victoria con la accidentada al fondo, siendo asistida por los servicios sanitarios. Que alguien me lo explique. No solo lo de la riñonera, si no lo del interés que puede tener esa imagen. Los likes que puede llegar a acumular una fotografía así. El joven, a regañadientes, borró las instantáneas de su móvil tras ser obligado a ello por un policía. Este ejemplo es el extremo de una actitud repetida a diario en lugares emblemáticos que no merecen, desde luego, unos morritos o una foto cachonda, como se retratan muchos turistas en el Monumento al Holocausto de Berlín o en el propio campo de concentración de Auschwitz. Más ejemplos de que, efectivamente, de tanto mirar por el móvil, hemos perdido la perspectiva.