Sí, hoy voy a usar el tan traído y llevado eslogan con el que Clinton ganó las elecciones a Bush Padre: «Es la economía, estúpido», como línea central de esta columna para referirme a una realidad no asumida por el equipo de gobierno y que sale una y otra vez en cada pleno o comisión: el modelo de ciudad. Los grupos de izquierda señalan con profusión la proliferación de terrazas en el Centro Histórico, el boom de los pisos vacacionales ilegales, que a su vez está provocando una subida descontrolada de los precios del alquiler en la ciudad y problemas de convivencia, el turismo low cost que viene cada fin de semana a celebrar aquí sus despedidas de soltero o lo que se tercie y el nacimiento sin control de museos como setas en toda la ciudad, lo que es una crítica a la mercantilización de la cultura para atraer turistas. Que Málaga ha experimentado un cambio espectacular en casi dos décadas es innegable, que buena parte de esa metamorfosis se le debe al actual alcalde, pues también, pero hay tantas señales de alarma en el horizonte que parece evidente que alguien tiene que pararse y reflexionar: si admitimos que el modelo de ciudad en una urbe turística se asienta fundamentalmente sobre ese arcano, ya que turismo es todo en esta tierra, parece claro que hay que repensar ese modelo, redefinirlo y empezar a protegerlo, porque las modas pasan. Ese empeño numantino del equipo de gobierno en no regular las casas turísticas no lo comprendo; no entiendo por qué no ha sido aprobada por mayoría absoluta la ordenanza de Vía Pública, que no gusta ni a vecinos ni a hosteleros; tampoco sé por qué no se hacen declaraciones razonables de zonas acústicamente saturadas, que las hay, y cuando digo razonables no es obligar a los bares a cerrar a las once de la noche, lo que es igual a suicidio económico, y, sobre todo, no comprendo que todo se observe desde la barrera, como si no fuera con uno y nadie le meta mano a todo esto. Hay que poner orden para proteger a la gallina de los huevos de oro, no matarla como proponen algunos concejales que, sinceramente, no sé a qué creen estar jugando; se trata de redefinir el modelo, ponerse objetivos y ordenar la historia. La consecuencia de este modelo la vemos en la negociación del convenio de hostelería, en la precariedad laboral que acosa a buena parte de sus trabajadores de forma permanente y en la patente de corso para explotarlos que parecen comprar algunos empresarios sin escrúpulos (no todos). Si esperamos que los deberes nos los haga el mercado, mal vamos, porque el mercado se autorregula para concentrar el capital en unas pocas manos y aprovecharse del resto, porque los espacios públicos son nuestros. Hacer estudios está muy bien, pero entre la postura que preconiza acabar con todas las terrazas hosteleras y la que propone que no haya restricciones siempre hay un término medio que puede colaborar, también, en el derecho al descanso de los vecinos. La inacción forma parte del agotamiento o de ciertos síntomas del mismo y eso se ve en que hay unos concejales más enchufados que otros.