Todas las vidas discurren por entre veredas, vericuetos y caminos que conducen a ese final de ciclo que denominamos muerte. La muerte para algunos es la estación final del siempre jamás y para otros el intercambiador entre lo venido y lo por venir. La vida avanza a golpe de transformaciones, de mutaciones... Vivir es un infinito rosario ahilado de metamorfosis, de mudanzas, de transiciones...

Cuando el orden natural nos empuja, los animalillos, que somos tremendamente facilones, nacemos sin rechistar y nos entregamos a la transición sin condiciones. Ea, yo transiciono, tú transicionas, él transiciona, nosotros transicionamos. Da igual que el palabro transicionar no exista, nosotros a transicionar, que es lo nuestro. De neonatos a niños, de niños a púberes, de púberes a zagales, de zagales a jovenzuelos... y, así, libando vida, de transición en transición, vamos hollando la senda del vivir hasta llegar al final, cada cual al suyo y todos al mismo: inspiramos, espiramos y expiramos para justificar nuestra vida. Morir cada vez ocurre más y más tarde. Que no decaiga. Pobre hucha de las pensiones y pobres pensionistas...

Pero lo que pudiera parecer una obviedad axiomática, no lo es tanto, porque hacer mudanza mediante sucesivas transiciones no siempre significa avanzar en el sabio sentido de la Naturaleza. La historia y la experiencia nos demuestran que hay versos sueltos, renglones torcidos, que dedican toda su vida a demostrar con ahínco que hay transiciones insalvables para ellos. Si no, amable lector, piense treinta segundos en don Rafael Hernando, por ejemplo, y observe cómo la Naturaleza, en su caso, nos demuestra que la misión de algunos en este mundo no pasa de ser la peor excepción que confirma la regla.

¿Cómo podríamos tomar consciencia de la buena educación y de la profesionalidad, de la responsabilidad y de la cortesía políticas, del buen gusto por la naturalidad y la solvencia... sin el claroscuro plúrimo del cuasi permanente zangoloteo cerebral desordenado de don Rafael, que hace tiempo que socava las vergüenzas de buena parte de sus propias filas? Me consta que ya son ejército sus correligionarios que elevan preces a las Altas Instancias Divinas, señalando que Rafa, como lo llaman, además del acmé de la inelegancia ya ha superado con creces el de su máxima incompetencia. Ay, ay, ay, que el malo, cuando se pretende bueno, es peor... ¿Lo sabrá don Rafael? ¿Y sabrá qué es la eubolia? ¿Y la prudencia?

Como contraste a la inalcanzable transición del señor Hernando, que viene de lejos, la pasada semana me sorprendió la transparente solvencia de doña Teresa Ribera, la flamante titular del esperanzador Ministerio para la Transición Ecológica, que, en sí mismo, se me antoja una declaración de buenas intenciones, desconocidas hasta ahora, que trae aparejada una denominación ministerial alejada de la menestralía carcunda y que aspira a ser el vehículo transicional entre lo que es y lo que debe ser. Hube de frotarme enérgicamente los ojos y los oídos, varias veces, hasta asimilar que una superdama profesionalmente reconocida en el mundo entero timoneará un ministerio cuya denominación habla de consciencia, con ese intercalada. Absolutamente inaudito, al menos para mí.

Obviamente, descubrir consciencia e intenciones nuevas en la política patria me emocionó y me ilusionó en lo personal, por todo lo que significa que alguien asuma la consciencia, con ese intercalada, en las labores de gobierno del Estado, pero, lo confieso, también me enrabietó y me inoculó envidia de la mala:

La ministra Ribera nació en el sugerente año sesenta y nueve del pasado siglo, justo cuando el turismo ´al por mayor´ hacía su entrada triunfal en nuestros incipientes destinos turísticos de la época. Y, desde entonces, nuestra ministra ha sabido hacer lo que debía en cada caso. Mientras, nosotros, los responsables del desarrollo turístico, turísticos de pro donde los haya, hemos perfeccionado y ampliado la acepción in albis.

Nuestra ministra sabe que el Estado debe iniciar una transición hacia la gestión ecológica global. Nosotros, los turísticos de pro, aún no:

-¡Bueno, sí, ya después, si eso...!

Y van casi cincuenta años ya...

Usted, paciente lector que me lee, ¿se imagina un ministerio cuyo nombre fuera Ministerio para la Transición Turística Sostenible, cargado de consciencia, con ese intercalada, que procurara un desarrollo planeado en el que las huidas hacia adelante fueran penadas con el destierro de por vida?

¡Jo, qué gustazo...! (lo siento, no me lo esperaba, pero ha ocurrido).