Se preguntaba el clásico «¿contra quién va ese halago?», advirtiéndonos así, socarronamente, de la capacidad que tenemos los españoles de usar la alabanza como arma mortífera. La mayoría de las veces intencionadamente, pero otras (las menos, las escasísimas) sin mala intención, un ensalzamiento puede ser más perjudicial que beneficioso.

Viene todo esto a cuento porque una iniciativa popular de esas que ahora abundan tanto, y a la que se han sumado de momento más de 200 personalidades del mundo académico, de la cultura, la política y la justicia, entre otros ámbitos, ha decidido reclamar el Premio Nobel de Literatura para Federico García Lorca, a título póstumo. En opinión del exjuez Baltasar Garzón, uno de los promotores de la iniciativa, «Federico García Lorca tiene méritos suficientes para recibir ese reconocimiento».

Es evidente que sí. Pero hay unos cuantos peros. Uno de ellos, quizás no el menos importante, es del prestigio. El Nobel de Literatura es un premio en horas bajas, herido desde hace años por otorgarse muchas veces por razones más políticas que literarias, y casi defenestrado por un escándalo de abusos sexuales que ha hecho que este año se haya tenido que suspender. De modo que, si como pide este grupo (que me consta bienintencionado), le diesen el Nobel a Federico, quizás el premio, en realidad, lo recibiría el Nobel, y no Federico. Es decir, que el Premio Nobel se beneficiaría de García Lorca y García Lorca no sería ni un gramo más inmenso de lo que es ya.

Luego está el asunto de que resulta vacío, inútil, absurdo, ese intento tan de nuestro tiempo, tan de «postureo», de tomarnos la revancha de la historia, como si eso se pudiese y, además, sirviese para algo. El crimen contra Lorca fue un crimen contra toda la Humanidad. Nos arrebataron al genio mayor de nuestra literatura a los treinta y ocho años de edad, robándonos toda su obra de madurez, y es lógico imaginar que esa sería la parte mejor, siendo inconmensurable ya la que le había dado tiempo a dejarnos. Y eso no lo podremos reparar, nos seguirá doliendo en el alma de aquí a la eternidad, inevitablemente.

Pero, además, debemos ser un poco más humildes y pensar que cuando intentamos por nuestra cuenta y riesgo una revisión de la historia corremos el riesgo de la prepotencia. Nadie puede asegurar que Federico García Lorca hubiese aceptado el premio, de haberle sido otorgado. Su opción, su libertad de rechazarlo (como hizo Sartre, por ejemplo), nos la saltamos a la torera y decidimos por él que sí, que está encantado de tenerlo, que muchas gracias.

No veo qué de bueno tiene todo esto, qué ganamos con este asunto, qué gana Federico. Y como dice la gente de mi pueblo, «donde no hay beneficio todo es pérdida».