La democracia madura habrá llegado a nuestro país en el momento en que los electores decidan el sentido de su voto sin mirar al pasado. Pertenezco a una generación a la que eso le resulta imposible, sin más, pero nuestro tiempo está concluyendo. Nos quedan, como dice la frase de moda, dos telediarios.

Pero veremos las noticias que se den en ellos sin podernos quitar la costumbre de filtrarlas en clave ideológica. Ya ni es así. De hecho, la aparición de los partidos emergentes -me refiero a Podemos y Ciudadanos- permitía pensar que la política no se iba a evaluar más en términos de derechas e izquierdas porque ninguna de esas dos fuerzas nuevas respondían bien al cliché, por más que incluso sus propios dirigentes no se cortaban nada al atribuir al otro esa condición añadiendo siempre el adjetivo de ´extrema´. He leído muchos comentarios que atribuyen a Ciudadanos la extrema derecha y a Podemos la extrema izquierda.

Supongo que bastantes de ellos proceden de las filas de quienes aprendimos a calificar sólo en esos términos. Mantengámoslos, pues, aunque sea por comodidad. En un suspiro, sin más que contar los votos de la moción de censura, las expectativas electorales de la derecha y la izquierda han sufrido un revolcón. Con el PP - derecha- en las cuerdas, Ciudadanos -derecha- le arrebataba la mayoría en intención de voto. Con Podemos -izquierda- lastrado por sus infinitas luchas internas, el PSOE -izquierda- no lograba heredar sus votos.

Pero de pronto, ya digo, todo ha cambiado. La izquierda saca pecho y deja de lamerse las heridas. La derecha aún no sabe lo que le ha sucedido. Quien piense que el párrafo anterior es un ejemplo perfecto de cómo a fuerza de simplificar se llega a la tergiversación absoluta, acierta. Pero la clave está en cómo y cuándo vamos a dejar de lado las etiquetas para centrarnos en los programas. Cuándo y cómo un partido podrá hacerse con los votos de quienes antes mostraban una fidelidad ideológica a prueba de desgaste. ¿Tal vez con el problema soberanista como asunto urgente a resolver? Puede que sí aunque, antes, habrá de fracasar el diálogo que el nuevo Gobierno ha prometido incluso antes de tomar posesión. Ojalá que bastase para desatascar el enredo pero es ingenuo pensar en que hablando, sólo hablando, se resolverá el conflicto.

Puede que las elecciones siguientes, vengan cuando vengan, se planteen más en términos territoriales que ideológicos, aunque si el soberanismo continúa sustentando posturas cada vez más hegemonistas, racistas casi, una y otra cosa acabará confluyendo. Se habrá dado la vuelta a la tortilla con el trasvase del populismo desde la izquierda a la derecha como, por otra parte, sucede en toda Europa. Ese va a ser el primer telediario que a mi generación le queda por escuchar. Y nos tentamos las carnes pensando en el contenido del segundo.