Horizonte o torre. Un, dos, tres. Sacan los políticos los dedos y la ciudad se la juegan. La de usted, la mía, la nuestra. Sin preceptiva ni modelo. Ninguno de ellos pierde. El turismo y las arcas, las públicas, las privadas y las del partido, son lo que cuenta. Todos lo sabemos pero muy pocos se atreven a decirlo en alto y sin miedo. Sucede igual que cuando le dieron a Máxim Huerta ministerio y chistera. Casi todo el gremio de este departamento con agujeros de Humanidades y de IVA estaba a cuadros, y en cuarentena las preguntas: ¿qué debe ser la cultura para un gobierno?, ¿qué se entiende por gestión cultural?, ¿por qué se buscó solvencia para otros y para éste valía un tuitero con best sellers del corazón? Sólo una minoría tomó la palabra que los demás secundaban pero en susurro y entre cortinas. Menos mal que el destino tiró de honor y hacienda para enmendar a Sánchez, y seguramente a su oráculo, con el nuevo José Guirao. Un profesional preparado para timonear una difícil travesía sin que tengan que soplarle al oído ni exigirle conocimientos ni discurso. Sucede lo mismo con el urbanismo y las ciudades que tejen y destejen a su antojo los poderes que manejan al pueblo con el efecto placebo de la economía que promete progreso y empleo. Cuánto horror se ha producido en la Historia bajo la bandera de esas dos palabras tan reales y necesarias como populistas y con fondo secreto. Qué se lo pregunten a los ciudadanos de ese becerro de oro que fue Valencia, y del que nada hemos aprendido. Igual que tampoco del enladrillamiento de la Costa del Sol por el que ni la Junta de Andalucía ni ayuntamiento alguno -responsables de visar pelotazos y permutar sus calificaciones por bolsas de plástico negro- han pedido perdón. Y ahí sigue el paisaje convertido en un cementerio de cadáveres de cemento.

Dos palabras hermosas y llanas, progreso y empleo, que se lanzan al aire, a torre y cruz, a cruz y plata, en la Málaga a la que sus gobernantes y administrativos, muchos apenas preparados o con bagaje de gestión, vuelven a estrangularle los huevos de oro. Qué me diga alguna voz reconocida en psicología qué trauma infantil o sexual padecen los políticos y los empresarios de negocios con buen puerto con lo de las gallinas en vértigo y cresta al viento. Y con hacer del paisaje el botín de El Dorado, sin que el pueblo los moleste. Y si su impertinencia se atreve se la acusa de mal malagueñismo para que enseguida el orgullo de la turba se encargue del trabajo sucio. Lo hemos escuchado en la prensa y en debates de palmeros. O eres moderno de la muerte con el rascacielos y secundas su visión del capital o eres un carpetovetónico del paisaje que ya no se lleva como identidad cultural. O quieres que Málaga compita en altura con Nueva York, Tokio o Chicago, en dixit del niño Jesús de un urbanista, el célebre Francisco Pomares, o eres un paleto que sueña con que la fachada mediterránea sea patrimonio de la Humanidad. Un título sólo para ciudades de poca monta. De nuevo dixit este cosmopolita profesional que desprecia a la UNESCO y avala que Plata -el Midas que llegó del turismo y de la cultura después- nos plante un pino de 150 metros de altura. También que De la Torre nos deje la Torre antes de que Cassá, nuestro político sopinstant, lo sustituya y castre el presupuesto de cultura para que las cofradías prolonguen todo el año la Semana Santa.

No sabemos si procesionarán también por el Muelle 1 cuyos comerciantes defienden la cultura de todo por la pasta, y que el turismo nos invada. Oh maná, maná. Como ese que nos cae, ruidoso y trashumante, en las comunidades de vecinos transformadas en hoteles con sabor a hogar, y que promueven los que disfrutan de intimidad en adosados private sin vecinos de ayer y de mañana. Dixit también nuestro urbanista municipal que sólo las miras con altura representan el progreso y la ambición de ser una City que colocará a Málaga como meca del petrodólar, y de la revolución financiera. Lo mismo que vitorea que el progresismo en urbanismo consiste en crear un bosque vertical en Martiricos porque así no se consumen tantos recursos. Un modelo de hacer de Málaga un reflejo de Las Vegas o tal vez un nuevo Benidorm.

Que mal le asienta a algunos el sol. Igual que lo de emparentarse por fotomatón con otras postales de ciudad. Otro ejemplo de este complejo localista es el del acoso de bicicletas en caballito o en carrera, y del turismo pedaleando en grupos. A las que sumarles las nuevas patinetas de motor, y pronto los monociclos eléctricos, que campea sin respeto por los espacios peatonales y el Palmeral de las Sorpresas, en los que andar sin sobresaltos se ha convertido en una misión imposible. A falta de un buen trazado de carril bici y de la educación que en Copenhague, paraíso del ciclismo urbano, pone pie en tierra en las zonas peatonales, las administraciones se inhiben de responsabilidad descargándola en los otros. El desacuerdo de siempre menos en lo de panal de rica miel del rascacielos del Puerto con el que todos, menos IU y Málaga Ahora, se han estrechado la palma abierta de la mano. En cambio, evitar una ciudad menos hostil, más limpia, sin esos contenedores de vidrio verdes pudriéndose y el hedor de los callejones periféricos sin baldear, poco importa. No hay Monopoly que valga, mientras ningún catarí se interese en privatizar lo público, allí donde lo humano.

Sin mapa ni otro tesoro más que el suyo, nos imponen siempre su brújula los demagogos del nepotismo nada ilustrado. Al sur y el norte el negocio, en la zona de la Térmica como territorio para esa elevación de la modernidad que pregonan ninguno piensa. Tampoco en los que somos parte de la ciudad que pagamos cada cual desde su oficio y su autoestima de pertenencia. Suficiente para que los próceres escuchen a los malagueños y se abran a debatir, a consensuar el modelo en el que queremos ser y estar en nuestro hábitat de un complejo y precario siglo XXI. Una voluntad que va más allá de buscar votos electorales recortando altura al cromo de moda, Daniel Pérez espabila y madura. Cuánta hartura de tibieza y mediocridad, que falta nos hace el talento y la audacia, otros modelos que nos liberen de ser rehenes del turismo y sus dependencias de inestabilidad. ¿No existe otra manera de hacer política, cultural de contenidos, y que no haga de la ciudad patrimonio de su ambición o de su jubilación? Es necesario abrir de verdad estos proyectos a la transparencia -no se la espera de momento- y a la participación ciudadana; que sé informe sin trampas; que se debata todo lo que cambiarán el rostro, la habitabilidad y el bienestar de Málaga. En respeto a la democracia, a los malagueños y al ejercicio ético, deberían dejar de sentirse por encima de nosotros y de descalificar a académicos, a arquitectos, a profesores universitarios, a artistas plásticos, a escritores, a periodistas, a ecologistas, a sindicalistas, a gentes del extrarradio, cuya voz no sólo no se tiene en cuenta si no que se desprecia, se persigue, o se mercadea desde la mentira y su pos verdad, desde la manipulación política y la de sus voceros.

Los ciudadanos contamos. Tenemos opinión, espíritu crítico e incluso propuestas. Especialmente si las articulan quiénes acreditan cultura -en ocasiones mucha más que la de algunos de ellos de los que desconocemos currículo, de dónde vienen, cuáles son sus méritos-, y no entendemos la identidad del paisaje como un negocio de impacto, fractura y pelotazo. No puede Málaga de nuevo, y van€, fiar su futuro a la alquimia del viejo ladrillo que especula hasta con el alma de lo que nos singulariza como territorio y destino turístico. Precisamente uno de los poderosos atractivos por los que nos visitan. No vendría mal que Antonio Banderas, tan malagueño en todo y semidiós para el pueblo, pusiera en valor la huella que siempre conservó Picasso en azul.

No seamos indolentes. No permitamos que Málaga la conviertan en Shanghái. Entre la plata y la torre, la piedra, papel y tijera, elijamos la mar. Y lo que somos.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es