No es seguramente descabellado pensar que a Donald Trump le gustaría eliminar, si pudiera, todo lo hispano de la faz de Estados Unidos.

No le importa al presidente republicano adoptar las medidas más extremas contra pobres inmigrantes que hablan español y conservan todavía rasgos indígenas.

Separar, como hemos visto que se hace últimamente allí, a hijos pequeños de sus padres, con quienes cruzaron la frontera, y encerrarlos en jaulas, debería repugnar a cualquier persona decente, pero Trump evidentemente no lo es.

El presidente republicano quiere unos Estados Unidos poblados de gente de tez clara y a ser posible rubia, que hable sólo la lengua que él entiende: la de los negocios y la fuerza.

Olvida el presidente más ignorante y racista de EEUU que su país llegó a ser el que es a base de rapiña, que robó a México la mitad de su territorio tras una guerra de dos años (1846-48).

Por el tratado de Guadalupe-Hidalgo, EEUU se quedó, tras pagar sólo 15 millones de dólares, con la mayor parte de California, Texas, parte de Arizona, nuevo México, un cuarto de Colorado e incluso algo de lo que es hoy Wyoming.

Muchos compatriotas de Trump han atacado la decisión de castigar a niños inocentes por el supuesto delito de sus padres, que entraron ilegalmente en el país, y dicen que no se compadece con lo que llaman «valores americanos».

Claro que hay que recordar que Estados Unidos es, junto a algún fallido Estado árabe, el único país que no ha ratificado aún la Convención sobre los Derechos del Niño y que de ello tiene la culpa su Congreso: es decir tanto demócratas como republicanos.

Con evidente hipocresía, Trump reconoció el otro día la crueldad de la medida adoptada, que traumatiza a los pequeños y desespera a sus padres, pero culpó de ella a los demócratas por no llegar con los republicanos a un acuerdo en materia de inmigración.

«Necesitamos fronteras, un país sin fronteras no es un país», dijo Trump, porque la la gente que llega al país sólo «trae muerte y destrucción». Y agregó: «No queremos asesinos ni ladrones».

¿Hay acaso mayor racismo que confundir a todos los inmigrantes con delincuentes? Por desgracia está sucediendo también en Europa.