Aterra la palabra enjambre. Fascina la palabra noche. Acompaña la palabra luz. Evoca y produce cosquillas de aventura en la que aventurarse la profunda denominación, azul y espacial, ´alta mar´. Hay enjambres de medusas en nuestras costas, toneladas de medusas, en concreto de la especie más habitual por estas coordenadas. Son pelagias noctilucas.

Pelágicas por ser habituales en alta mar, aunque sean arrastradas (las medusas no nadan como los peces) por las corrientes a nuestras playas. Y Noctilucas (o nocheluces) porque brillan en la noche como alucinantes luciérnagas marinas.

Estos llamados blooms o floraciones (aunque las medusas son animales) o, como ya se ha dicho, enjambres, que también han llegado hasta la playa de letras que en los periódicos se le dedica al Turismo estos días, están compuestos, insisto, por esa especie de medusa.

De entre quienes las llaman ´aguamala´ o ´aguacuajá´ están los que han crecido siendo bañistas en las playas de El Palo, Pedregalejo, La Farola o la Misericordia en Málaga -como éste que firma esto-. He leído que también son denominadas claveles, por su tono rojizo y su pequeña parafernalia de tentáculos, cuatro gruesos y dieciséis finos que, estirados, pueden medir hasta 20 metros, con el peligro de que nos rocen, incluso cuando nadamos lejos de ellas, con sus urticantes cnidocitos (la c inicial no se pronuncia). Un marrón.

Juan Jesús Bellido, que forma parte del entrañable y cualificado equipo humano del Aula del Mar, junto a mi querido Juan Jesús Martín y los demás, ha explicado que estas invasiones se deben a múltiples factores, pero algunos parecen estar claros y, ¡claro!, la mano del hombre está detrás de algunos fundamentales.

Contaba ayer en La Opinión el periodista Miguel Ferrary que «las imágenes de pescadores sacando las sardinas de entre cientos de medusas es normal, ya que los bancos de peces y medusas suelen coexistir. No obstante, el equilibrio depredador se ha roto por el descenso de boquerones y sardinas en los caladeros. Estos peces comen grandes cantidades de larvas de medusas, controlando de forma natural la población. Al haber menos bancos, las medusas aumentan». La sobreexplotación pesquera sumada a la contaminación marina (en concreto, en nuestra costa, sumada a la eterna falta de un saneamiento integral que afecta a la calidad del agua, uno de los factores fundamentales para la cría de la sardina, el boquerón y otros peces), más la construcción de presas que impiden la libre llegada de aguas fluviales con sus aportes nutritivos necesarios para la renovación del ecosistema marino, son el cóctel letal para que ni un malagueño ni un -¡Atención!- turista, esté dispuesto a bañarse entre preciosas noctilucas.

Lo que hacemos tiene consecuencias siempre. Consecuencias que, como poco, se suman a las naturales. Y como los largos tentáculos de la noctiluca, aunque no las veamos, aunque creamos que nos pilla lejos su influencia, su larga sombra depredadora termina alcanzándonos.