Cuando miramos fotos de calle Larios de los años 70, no sólo es el tráfico rodado lo que nos asombra: también la profusión anárquica de marquesinas, rótulos luminosos y carteles publicitarios que pugnaban entre sí por apropiarse del aire con el fin de lograr una visibilidad imposible. Ópticas, entidades bancarias y tiendas de moda lanzaban unas estructuras perpendiculares a la fachada de una audacia que desafiaba a las fuerzas gravitatorias y que hoy nos desconciertan a la vista del ordenado aspecto que ese mismo espacio muestra hoy. Se invirtió mucho dinero y años de esfuerzo en cambiar mentalidades para valorar nuestra arquitectura heredada; pero tras unos años de tregua, el caos se ha reproducido hasta extremos impensables y -aunque Larios permanezca a salvo de esa lacra particular- los toldos y todo tipo de cachivaches (pizarras para menús, expositores de baratijas, jardineras, parasoles, vallas separadoras, etc.) arruinan en este momento toda experiencia visual del Centro Histórico. En este campo de Agramante, los mosaicos de Invader son una simple nota al margen.

Pero los efectos de esta onda han saltado la plaza de la Marina y se han dejado sentir en el Palmeral de las Sorpresas en versión aumentada. El depurado diseño con el que el arquitecto Jerónimo Junquera proyectó los dos restaurantes existentes en los extremos resulta en la actualidad invisible, rodeado como está de sucesivas y abominables capas de carpas, sombrillas, cierres acristalados y material almacenado al aire libre; éstas se han ido multiplicando y encostrando sobre un núcleo original dimensionado para servir a una clientela mucho menos nutrida que la que efectivamente se tolera. ¿No hay nadie que ponga orden en este caos?

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto