El New York Times ya lo colgó en su lista de bestsellers. Lo confieso. Siempre he sentido un especial respeto por la autora de este libro (ya octogenaria) y por las enseñanzas que se van desprendiendo de su larga vida. Hace ya muchos años, miembros de su familia fueron víctimas de dos letales formas de fascismo: el de los genocidas nazis cuando invadieron su Checoeslovaquia natal en 1939. Y el de los estalinistas, después de la Segunda Guerra Mundial. Los que obligaron a su familia a huir a América.

Mi primera noticia sobre esta obra imprescindible me llegó a mediados del mes de abril. Gracias al Economist (14 de abril, página 71) pude leer una espléndida crítica de casi dos páginas en la sección de Books and arts. Lo comenté con unos civilizados amigos ingleses, afincados en Gaucín, tan horrorizados como yo por la amenaza del Brexit como por las nubes de tormenta que anuncia al otro lado del Atlántico el incipiente fascio trumpiano. Querían enviármelo. A pesar de haber intentado disuadirles de este gasto y las molestias del envío, el cartero del servicio de correos de Marbella llamó a la puerta unos días después. Con gratitud y no sin cierta emoción saqué el libro prometido de su envoltorio. Me encantó. Soy de los que creen que un libro puede ser un objeto sagrado. Y éste sin duda lo era. Tantas advertencias inteligentes, tanta sabiduría. Y tanta honestidad. Es un libro físicamente hermoso, austero. Con la solvencia de las tradicionales impresiones y encuadernaciones británicas. Eso sí. En un papel ecológicamente impecable.

He devorado «Fascism: A warning» en tres días. Siempre es de agradecer el poder pasar las páginas de un texto irresistible. Regresaré pronto a él para una segunda lectura. Y para tomar notas. Empieza el libro con una hermosa dedicatoria; de las que no se olvidan: «A las víctimas del Fascismo. A las de antes y a las de ahora. Y a todos los que combaten el Fascismo. En los otros y en ellos mismos».

Madeleine Albright, nacida en Praga como Jana Koberlová y refugiada y posteriormente nacionalizada en los Estados Unidos, sigue siendo profesora de la Universidad de Georgetown y presidenta de una importante consultora de Washington. Fue embajadora ante las Naciones Unidas y después fue la primera mujer de la historia norteamericana en asumir las responsabilidades de la Secretaría de Estado. Sus años al frente de la diplomacia estadounidense fueron modélicos en todos los sentidos. Y es obvio que le autorizan el poder proclamar en este libro espléndido que Donald Trump es el presidente más peligrosamente antidemocrático de la historia de los Estados Unidos.

No puedo resistirme a traducirles este párrafo, ya en una de las últimas páginas: «Creo que el Fascismo y las políticas fascistas representan la amenaza más virulenta para la libertad internacional, la prosperidad y la paz, desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Regreso a mi conclusión de que un fascista es alguien que pretende hablar en nombre de toda una nación o un grupo, con total indiferencia hacia los derechos de los otros, y además está dispuesto a usar la violencia y cualquier otro medio necesario para alcanzar los objetivos que él o ella pueda tener. A lo largo de mi vida adulta, he estado segura de que podíamos contar con América para poner obstáculos en el camino de cualquier líder, partido o movimiento con esas intenciones. Nunca pensé que, con la edad de ochenta años, comenzaría a tener dudas».