Nos creíamos a salvo, en la comodidad de nuestro sofá, mantita y peli, asistiendo a los horrores con la distancia de documental en blanco y negro del Gueto de Varsovia, tan arrebujados en la convicción de que habíamos avanzado tanto que no se nos ocurría pensar que la realidad iba a volver tanto y tan pronto. Ya había hablado con Felipe Navarro - con quien hay que hablar al menos una vez a la semana para mantener la cordura - que ese horror se viste de mil maneras y que, con frecuencia, adopta las maneras impecables de las leyes, de mecanismos viciados pero perfectos que funcionan con la total eficiencia que da la ausencia de un previo juicio moral. Funcionarios probos, buenos padres de familia y aficionados al violín aplicarán sin titubeo esas normas, porque son normas debidamente aprobadas y vigentes, sean coser una estrella amarilla de un tamaño concreto, separar a un padre de sus hijas o conjurar un pretendido derecho a decidir.

Junto a ellos, la turba vociferante, la que da vértigo, a la que han alimentado con tres píldoras de Aquí los buenos, allí todos son enemigos, dispuestos a poner sus propios coches a disposición, como buenos ciudadanos, para llevar a esos ajenos a donde disponga la autoridad, y si es al matadero, pues casi mejor, porque así no hay que darle más vueltas al problema.

Asistir impertérritos al triunfo de la mentira y la maldad, sin que demos el paso adelante es añadir un clavo más al ataúd, no ya de nuestras libertados, sino también a nuestra propia condición de seres humanos. Leía hace poco que todo el mundo se reía de los nazis hasta que nadie pudo reír de nada, así que igual es el momento de que los hombres y mujeres marquemos la línea en esta inundación de infamia y marquemos la raya. Hasta aquí hemos llegado.