Las ventanas no se inventaron para arrojarse por ellas, pero desde el principio resultó evidente que también servirían para eso. Hay muchas cosas que se utilizan para lo que no son, qué le vamos a hacer. Yo, de muy pequeño, vi a una mujer tirándose por la ventana. La vi desde la terraza de la cocina de mi casa, que daba a un gran patio de luces. Para llegar al borde de la barandilla, me había subido a una tortuga que vivía con nosotros desde antes de que yo naciera. De súbito, algo llamó mi atención en el edificio de enfrente. Volví hacia allí los ojos y contemplé el suicidio. Debía de tener cuatro años, una edad en la que lo normal y lo anormal forman un matrimonio sólido. A ver, no es que la escena me pareciera sensata, pero tampoco lo contrario. De hecho, no entré en casa para avisar a mi madre, entre otras cosas porque sentí algo de culpa por lo que acababa de ver. «Somos responsables de lo que vemos», leería muchos años después en Despachos de guerra, el gran libro sobre la guerra del Vietnam del periodista norteamericano Michael Herr.

El suceso no se me fue jamás de la cabeza. Rectifico: lo que no he conseguido olvidar es la neutralidad con la que asistí a él. Una neutralidad, pienso ahora, algo animal, como la del perro que ve morir a su lado a otro perro. Al día siguiente sorprendí a mis padres, ignorantes de que yo lo había visto, hablando en voz baja del percance. Los padres no tienen ni idea de las atrocidades que puede ver un niño desde que se levanta hasta que se acuesta.

Hace poco, un hombre al que iban a desahuciar se tiró por la ventana ates de que a los desahuciadores les diera tiempo a sacarlo por la puerta. Murió, claro, porque la altura era considerable. El piso, muy modesto por lo que hemos podido ver en la tele, pertenecía a un banco. Los bancos matan, es así, aunque se inventaron para ahorrar. Entre el ahorro y el suicidio no hay ninguna relación. Tampoco la hay entre el abrelatas y el destornillador, por eso mucha gente se destroza las manos intentando abrir con este una lata de atún. Mi nieta me pidió hace poco una tortuga y le dije que no. Si yo no la hubiera tenido, no habría asistido al suicidio de aquella mujer del que siempre me sentí extrañamente responsable.