Y Rajoy decidió retornar. Volver a Santa Pola, al quieto despacho de registrador de la propiedad que dejó atrás hace veintiocho años, según dicen quienes han tenido la paciencia de contarlos.

Cinco días después de renunciar a su escaño en el Congreso de los Diputados ya estaba el registrador en su despacho de ídem, acaso con un muy clásico «decíamos ayer», al modo de Fray Luis, y poniéndose manos a la obra.

Quizás está ha sido la decisión más rápida que le hemos visto tomar a Rajoy en todos estos años que le hemos estado viendo no tomar decisiones, pero puede ser que tal vez la tuviera tomada hace tiempo, quizás hace unos veintiocho años. Tal vez a Rajoy le pasa como a mí, que me gusta mucho volver. Cuando tengo que salir de viaje, el día antes siempre me acomete una inmensa pereza, unas ganas enormes de quedarme en casa, entregado al bienestar de mis rutinas, y daría casi cualquier cosa por no tener que irme. Finalmente, como siempre, claudico ante mis obligaciones y emprendo el camino. Sin embargo, cuando se trata de volver ninguna pereza me atenaza. Siempre regreso contento, feliz de encontrarme otra vez con mis cosas, mis lugares, esa luz de mi ciudad que nunca he encontrado en otro sitio.

Yo creo que Rajoy ha decidido volver por eso, porque en el fondo es un romántico. Volver tiene una épica (sobre todo si uno vuelve tras la derrota) y una pose para la foto mostrando una sonrisa un poco lastimada.

Alguna vez he dicho que volver es otro modo de viajar. Volver, como volvió Ulises después de años dando tumbos por el piélago afrontando peligros no buscados, purgando un castigo que tal vez no mereció. Regresar, reencontrarte contigo mismo, volver a ser tú en tu lugar, allí donde aún queda alguien que te espera.

Volver como ese modo de viaje ya más sereno, como quien va hacia la tarde, cargado con el peso de lo aprendido, de lo conocido, de lo visto y lo sentido. Volver recordando que, en el fondo, no queríamos irnos, que algo nos ata siempre al origen, y que al final todo consiste en recoger el hilo y desandar el laberinto.

Volver, reencontrarse con Ítaca. Como en aquel poema de Cavafis, dar las gracias por el largo camino recorrido, por haber sido rico en aventuras y descubrimientos, por las mañanas de verano. Volver «con la sabiduría ganada, con tanta experiencia», porque es la única forma de entender qué significa Ítaca, esa que has tenido siempre en tu mente y que te ha dado cuanto tenía.