Si el PP cuenta con una personas más implicada con Luis Bárcenas que M. Rajoy, responde por María Dolores de Cospedal. Distan de estar aclarados los episodios de la petición y entrega de fondos preelectorales para Castilla-La Mancha, así como las supuestas retribuciones contantes y sonantes. Por tanto, la penúltima ministra de Defensa aspira a la presidencia del partido conservador desde la renovación.

Uno de los secretos a voces del Gobierno de Rajoy es que estaba presidido en realidad por Soraya Sáenz de Santamaría. Una vez que el citado ejecutivo ha sido desalojado desde el Parlamento con una acrimonia sin precedentes, la número una efectiva del gabinete aspira a la presidencia del PP. Desde la renovación integral, faltaría más. Y procurando que se olvide que en su última reencarnación emergió como la encargada de restañar las heridas en Cataluña. Ninguna empresa en su sano juicio contrataría a la gestora de la mayor fractura territorial de la democracia.

El PP afronta una situación de catástrofe como si fuera una sucesión natural, propiciada por la jubilación del anterior titular del negocio. Los intérpretes de las primarias del partido intentan discriminar qué candidato cuenta con mayores apoyos entre los afiliados populares. El planteamiento es erróneo en sí mismo, en cuanto consagra el empequeñecimiento de una fuerza con pretendida voluntad hegemónica. Desde la militancia actual, la formación solo tiene garantizada una sangría sostenida de votos.

Optar entre Cospedal y Sáenz de Santamaría equivale a garantizar más de Rajoy. Las sobresalientes miembros del gabinete conservador pagan hoy el precio por la incomparecencia continuada del titular de La Moncloa, cuesta entender que su pasividad pueda mantener al día el registro de la propiedad de Santa Pola. La enemistad cruenta entre las destacadas políticas no precisa de mayor comentario. Sin embargo, han disimulado muy bien la disidencia respecto del marianismo, del que ni siquiera se distancian a la hora de enterrarlo. A riesgo de compartir su destino.

La esencia de Rajoy consistió en no hacer nada y en sobrevivir. Este sensacional programa ideológico ha contado con innumerables admiradores extramuros del PP, y se ha aplicado sin una sola voz discordante en el interior del partido único. El registrador insiste en que no terciará en las primarias. En realidad, prohibió la mera hipótesis de un sucesor, al arrasar con cualquier ensayo de definir una personalidad propia. Basta recordar el precio pagado por Núñez Feijóo al distinguirse.

El presidente gallego se ha ausentado para no sufrir dosis adicionales de fuego amigo. Pablo Casado ha elegido la estrategia inversa, apuntarse a todo correr a las primarias para librarse del acoso ante las innumerables irregularidades de su máster. Mientras una magistrada recorre el tortuoso camino de la imputación de un aforado, el vicesecretario que nunca discrepó de Rajoy se refugia en la sobreexposición mediática que le aporta su candidatura. Suele ser la opción errónea, porque los abogados defensores aconsejan evitar los focos, pero el PP se halla en periodo de pruebas.

El cartel de aspirantes a presidir el PP descuida el apartado de los candidatos arrolladores sin pedigrí, probablemente la última esperanza de reconstitución. El partido prefiere encogerse y refugiarse en sí mismo. El conflicto de las primarias pretende resolver qué candidato reproduce las esencias con mayor fidelidad, en lugar de asumir el riesgo de explorar nuevos caladeros. La palabra centrismo se pronuncia con prevención, todos los candidatos aceptarían que el concurso se decidiera a favor de quien mejor entone el himno de la Legión.

El PP quiere decidir su futuro mirando hacia el pasado. Cospedal y Sáenz de Santamaría no solo describen el fracaso de su Gobierno mejor que Rajoy, sino que además se enorgullecen de un gabinete paralizado más allá de la moción de censura. En la presentación de las candidaturas se otorgó un peso específico a los ministros populares que avalaban cada lista, cuando ese respaldo debería ser un dato negativo para la aspirante. Quién suspiraría por el apoyo de titulares de carteras relegados a una mísera puntuación de dos sobre diez, según el CIS de la vicepresidenta. Resurgir de las cenizas no es resurgir con las cenizas.

Anclados en la fase de negación, a los populares les cuesta asumir que el voto a Ciudadanos ha dejado de ser turístico, para adquirir residencia en la marca vecina. Pueden agradecer al miedo escénico de Albert Rivera que el PP no haya sufrido la disolución fulminante de UCD.