Son instantes en que las piezas, que se movían de modo cansino y estaban a punto de fraguar en mosaico, encajan en un dibujo distinto e inesperada. Echemos mano a la teología, aunque sea vulgar e interesada: igual que el rabo del diablo se vería en la irrupción de lo súbito, la mano de Dios estaría en la de lo imprevisto. Hablo, claro, de esos minutos en que el VAR expulsa del mundo de los hechos el fuera de juego, subiendo el gol del empate en Kaliningrado, y a la vez el penalti fruto también del VAR precipita el empate en Saransk, cambiando la disposición de piezas que estaba ya casi hecha. El brujo Don Juan, de Carlos Castaneda, llama a esos episodios en la vida de las personas movimientos del punto de encaje. Atención, un episodio así fue el que llevó al rojo Pedro Sánchez a su despacho en Moncloa, haciendo aparecer una situación nueva, aunque frágil, más o menos como la de la roja.