Hay un gran acuario donde nadan los ahogados. Muchos dicen que esas personas no caben en nuestra tierra. Pocos dicen que el gran azul ya es un cementerio para pobres que sueñan.

El alcalde de Málaga apuntaba esta semana, con razón, que el polideportivo de un barrio malagueño ya acogía, no en las mejores condiciones, a cientos de seres humanos con la ayuda de Cruz Roja, CEAR, etc., siguiendo el mismo dispositivo de siempre. Insistía, me dio la impresión de que esta vez con cuidado en elegir cada palabra, en que el fenómeno ha de ser atendido por la Unión Europea, no por cada país casi en solitario. También apuntó que él se alegraba de que el presidente Sánchez hubiera sido el primero en levantar la mano para recoger a los recogidos en el Aquarius, rechazado de puerto en puerto. Y es para alegrarse, pero un gesto no puede ser una política. Ahora espera puerto el Lifeline.

Cuando las 600 criaturas del Aquarius arribaban al puerto de Valencia; cuando eran televisadas como si sus anónimos rostros fueran los de un grupo de estrellas del rock por un segundo, cientos de seres humanos llegaban a Tarifa y a playas del mar de Alborán en condiciones deplorables y más de sesenta, que se sepa, ya se habían ahogado en el intento, con sólo el sudario marino como fugaz certeza de haber existido. Esas pateras apenas tuvieron la atención de los medios, sabedores de que las noticias de cayucos o barcas hinchables o precarias embarcaciones atiborradas de miserables que llegan, son recogidos o se hunden en el mar, no dan audiencia. El periodismo ya casi sólo es eso.

Están los asesores de Sánchez muy centrados en sus brazos y sus gestos, difundiendo desde la cuenta de Moncloa esas imágenes con intención simbólica -nos hemos vuelto así de técnicos en esta modernidad-. Y Sánchez y los políticos y los gobernantes de todos los partidos en general se dejan. En parte porque no pueden estar en todo, en parte porque la presión de los nuevos tiempos enredados y su velocidad de cambio les obliga a estar siempre en campaña electoral (al fin y al cabo, si no ganas no puedes hacer lo que crees que se debe) y necesitan llegar al votante (al que llaman ciudadano para disimular) Por eso no hacen con esas manos tan bonitas y bien fotografiadas el gesto de parar, ni con esas miradas como de actor de cine trasladan la incomodidad de estar atrapados por el marketing digital y la tiranía de la corrección y la estrategia aconsejada en cada momento.

Cada persona que llega a occidente es el éxito comercial del mafioso, demasiadas veces Caronte, que le cobró para subirla en una barca. Es de sentido común pensar así. Pero la determinación con la que esos hombres, mujeres, niños, personas arriesgan, aguantan y demasiadas veces mueren, no la quebraría el fracaso operativo de quienes se aprovechan de su desesperación para venderles ese viaje. Saben que aquí hay comida, colegios, hospitales y leyes que, con todos los peros habidos y por haber, se cumplen. Es más que suficiente para morir por vivir.

Esto no va de derechas o de izquierdas ni de partidos viejos o modernos. Como no van de eso lacras como el racismo, la homofobia o la desigualdad de género. Esto va de capacidad y voluntad política para enfrentar con seriedad los retos de la humanidad sin dejar de serlo. Y nos concierne a todos. Pero asumo que no he utilizado ni una vez la deshumanizadora palabra ´inmigrante´ hasta el final de este artículo, con el miedo de que, si lo hubiera hecho, en vez de comentar las caras de zumbado que está poniendo Maradona en los partidos de Argentina del Mundial de Rusia, quizá ni yo lo hubiera seguido leyendo.