Las playas amanecen hechas un asco cada 24 de junio. La mañana de San Juan todos los que no salimos la noche anterior nos ponemos hechos unos basiliscos. Los muchachos nos han dejado todo hecho una escombrera: «Seguro que hay jeringuillas» -¡qué cosa más antigua!-, se sigue escuchando en alguno de los bares de La Malagueta antes del mediodía. La porquería de las playas después de las moragas-botellón es culpa, obviamente, de esa caterva de humanos que apuestan todo a una noche, como si no hubiera mañana. No hay civismo, no hay término medio. En esa velada los moragueros van a jugar al límite de la supervivencia. Ni más ni menos.

La culpa de toda esa basura que hay es de ellos, no cabe duda. Pero los contemporáneos sólo actúan en consideración de lo aprendido de sus antepasados. No me niegues, tú, querido amigo, que alguna vez, en alguna moraga, en algún año de rebeldía juvenil, dejaste una bolsa del SYP tirada junto a las brasas de aquella barbacoa de sardinas que hiciste con tus compañeros. La culpa es de los cerdos que dejan botellas, plásticos, vómitos, porquería... en la fina y aterciopelada arena de las playas malagueñas. Pero también es tuya. Allí por las Seychelles debe estar llegando aquella botella de Licor 43 que te bebiste a finales de los 80 en el Peñón del Cuervo y en un arrebato de civismo arrojaste al mar tan lejos como pudiste. A dos palmos, justo al lado de donde hincaste el pico al perder el equilibrio por la tajada.

Que sí, que los niños son unos puercos, que no tienen excusa... Pero la culpa también es tuya. O lo fue. O lo será. Nos falta educación a todos. A ti y a mí, seguro, los primeros. No nos pongamos estupendos, Max... Quejarnos año tras años de la cerdada de playas no nos servirá de mucho. Lo que servirá es que la gente, como El Palo, se dedique a instrumentarse para educar en los momentos necesarios. «Buenas noches, le adelanto que es usted un guarro, pero esta noche pórtese bien». Y santas pascuas.