Hay cambio de clima. En mayo el primer partido era C´s y el político más valorado Albert Rivera. Ahora la mayoría de las encuestas dan al PSOE como ganador y Pedro Sánchez saca la mejor nota. Y el PP, en plena batalla sucesoria, conserva la estimación de voto de antes de la moción de censura. En Cataluña el cambio es más notable. Según una encuesta de GAD3 para La Vanguardia, el 53,4% de los catalanes (contra el 21,5%) tiene buena opinión del nuevo Gobierno, aunque un 44% (contra sólo un 40%) no cree que Cataluña esté bien representada con los ministros Josep Borrell y Meritxell Batet. Sánchez no ha seducido a Cataluña, pero ha puesto una pica en Flandes, una situación muy distinta a la que sufría el gobierno del PP. Además, nada menos que el 77,7% cree que el acercamiento de los presos -medida que parece a punto implementarse- sería un gesto que favorecería la negociación.

Así la entrevista del próximo 9 de julio entre Pedro Sánchez y Quim Torra podía marcar el inicio del deshielo. Ambos presidentes han manifestado su voluntad de dialogar y Torra, posibilista, declaró hace quince días al diario Ara (independentista no unilateralista) que de la cita esperaba un acuerdo para otro encuentro. Pero en la última semana el contenido optimismo de la sociedad catalana ha recibido algún jarro de agua fría. El primero fue la resistencia de Torra -vencida solo en el último minuto- a asistir a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo en Tarragona para no coincidir con Felipe VI al que reprochaba su discurso del 3 de octubre (en el que acusó al gobierno Puigdemont de total falta de lealtad) y que no se disculpara por las cargas policiales del referéndum ilegal del 1 de octubre. ¿Cómo podía el presidente de Cataluña ignorar un acto deportivo relevante y de repercusión internacional que se celebraba en una de las cuatro capitales catalanas y que su gobierno había financiado en parte? El absurdo era tal que al final Torra asistió, pese a la opinión contraria de Puigdemont, aunque sólo tras haber anunciado la ruptura de relaciones con la Corona y haber estado en una manifestación contra la presencia de Felipe VI en la ciudad.

El escándalo de Washington. ¿Simple error sin consecuencias?? No parece porque este martes Torra dijo que no se podía renunciar al resultado del referéndum del 1 de octubre y que se tenía que intentar otro 1 de octubre. Luego, anunció que lo primero que exigiría a Pedro Sánchez sería la celebración de un referéndum de autodeterminación. Y el miércoles abandonó irritado un acto sobre la cultura catalana en el importante Smithsonian Institut de Washington tras que el embajador Pedro Morenés (exministro de Defensa de Rajoy) rebatiera algunas de sus afirmaciones y asegurara que España era un país democrático. ¿Por qué este sonoro desplante que hizo que los organizadores -era la norma- no le dejaran luego volver al acto? ¿Por qué exigió el cese del embajador, que Sánchez -en medio de sus citas internacionales- simuló no haber oído pero al que el ministro Borrell defendió de inmediato? ¿Por qué insistir en un referéndum de autodeterminación que sabía que Pedro Sánchez no podía sino rechazar?

Parece que el puigdemontismo -Torra es uno de sus exponentes- no está satisfecho con el ascenso de Sánchez (que los diputados del PDe.CAT y de ERC apoyaron contra la voluntad de Puigdemont). Parece que Puigdemont piensa que contra Rajoy y el PP vivía mejor. Tenía más eco en la sociedad catalana y unas elecciones anticipadas -coincidiendo con el juicio en el Supremo- le podían dar una mayoría absoluta más abultada con la que intentar conseguir un mayor apoyo en la opinión europea y algunos gobiernos. En esta hipótesis Pedro Sánchez les habría chafado la guitarra y además podía facilitar que sectores significativos del independentismo (ERC y algunos políticos de la antigua CDC) optaran por una estrategia más contemporizadora. El objetivo sería pues hacer fracasar la cumbre del 9 de julio con una doble táctica. Pedir cosas irrealistas, pero populares en la sociedad catalana -por ejemplo el referéndum-, para que el influjo positivo de Pedro Sánchez en la opinión catalana se diluyera. Además, esperar que, con las repetidas provocaciones, el agit-prop de la derecha españolista acusara a Sánchez de traidor e impedir así más gestos contemporizadores. Muerto Rajoy, se trataría de conseguir reducir a Pedro Sánchez a ser un nuevo Rajoy.

Los duros ataques a Felipe VI -el rey no estuvo fino el 3 de octubre al no reafirmar, como hizo el jueves en Girona, su compromiso con las instituciones catalanas- aparte de halagar al republicanismo (siempre latente en Cataluña pero más activo en los últimos años) buscaría también colocar a Pedro Sánchez en una posición lo más inconfortable posible antes de la cita del 9 de julio. Que llegara lo más amenazado posible por el inmovilismo.