Como en el sur somos dados a la exageración, podríamos decir que las obras de urbanización del Postigo de los Abades están recién terminadas; a fin de cuentas no hace tanto que el último operario se fue de allí. La perspectiva despejada del lugar ha estimulado otro de los instintos que caracterizan al ser meridional: el ansia de rellenar huecos que surge ante la visión del espacio vacío. Así, la Agrupación de Cofradías ha considerado que es una buena idea que las procesiones accedan a la Catedral por su puerta del Sol, que es la enfrentada a la vía que se acaba de peatonalizar. El suelo del interior del templo se encuentra unos tres metros por encima del nivel de la calle (y espero que sepan disculpar mi falta de exactitud) por lo que para materializar esta idea se hace necesario el montaje de una enorme estructura auxiliar que sirva de soporte a la rampa que se precisaría para salvar el desnivel, y que ahora tendría cabida en Postigo de los Abades. Esta estructura, eco de la denostada tribuna de la plaza de la Constitución, tendría decenas de metros de longitud. No es ningún reto técnico pero su instalación requeriría la demolición parcial de las escalinatas de esta portada (barandilla, pilastras) y de la reja que delimita el pórtico. Se argumentará que la escalinata es moderna (no así la reja) pero eso no es relevante en este caso: está bien y está ahí. Son las procesiones las que deben adaptarse a la ciudad y no al revés. Se entiende la importancia de la Semana Santa como fenómeno socioeconómico, más allá del evidente significado religioso que pueda tener para los creyentes. Pero alguien tendrá que decirlo tarde o temprano, porque los excesos nunca son buenos: el ser humano es el patrón de medida con el que hay que modelar las ciudades, y no los tronos procesionales.