Difusa trayectoria de Sánchez

Nada que objetar a la llegada de Pedro Sánchez a la más alta magistratura del Estado: lo hizo en buena lid y, por recurrir a un símil taurino, como «mandan los cánones». Otra cosa es que, una vez instalado en él, no asalten al ciudadano de a pie una serie de interrogantes sobre sus primeras actuaciones como presidente del Gobierno, o de las artimañas que se vio obligado a echar mano para lograrlo. Buenas intenciones no le faltaron y así lo explicitó una y mil veces antes, durante, y después de la moción de censura que le valió el destierro del por él y sus huestes denostado partido de Rajoy. Que hubo complicidad con fuerzas políticas que lo auparon al poder parece hoy por hoy una realidad incuestionable. Auspiciado por ellas, ahora se ve en la necesidad de tenderles la mano en cómplice reciprocidad. Es lo que se puede pensar, sin ir muy descaminado, ante las prisas del novísimo mandatario, tales sus apremios por decretar medidas que afectan a los presos de ETA en cuanto al acercamiento en prisiones vascas, y las que tocan al procés catalán y a la estancia de sus valedores más conspicuos en prisión. Estas decisiones no parecen resultar halagüeñas para la España del más inmediato futuro. Puede que se resquebraje la consistencia y concordia reinante. Es de temer que así ocurre al entrar en juego populismos, pro etarras e independentistas reclamando el favor concedido («do ut des») al advenimiento de los socialistas al poder por su mediación. Si Sánchez tiende su mano en demasía a los elementos discordantes mucho es de temer que lo pague en próximos enfrentamientos electorales, esos que son de prever no tardarán mucho en producirse cuando se evidencie con rotundidad que el presidente hace comiso a sus requisitorias y acuerdos presumiblemente establecidos, como todo hace pensar que así ha ocurrido. Nubes que presagian tormentas nos sobrevuelan. Arrestos y perseverancias asisten a Sánchez, pero cabe preguntarse si en su arribada a la presidencia no han entrado en juego apoyos de quienes de una manera u otra amenazan con socavar los cimientos del Estado asentados sobre la unidad y el mantenimiento de las directrices que hasta ahora han sido firmes e irrevocables en su estructura. La ambigüedad de Sánchez propicia cientos de interrogantes. No es la menor, su decisión de contentar a nacionalistas e independentistas, claramente emparentada con el populismo, lo que puede provocar, si es que no lo hace ya, que las minorías impongan su voluntad a las mayorías, que pueden acabar soterradas sin remisión.

José Becerra. Málaga