Si remueves con atención el puré de la actualidad, todavía puedes encontrar grumos de significado. Entendemos por grumos de significado pedazos de sentido a punto de diluirse y desaparecer en la masa. Consumimos la realidad en forma de papilla industrial, de potito de verduras con un poco de pollo. Significa que apenas ejercitamos la dentadura mental, medio atrofiada ya por la falta de uso. El presidente del Gobierno tiene un asesor de imagen (y quizá de ética), de nombre Iván Redondo, que viene de echar una mano a personalidades tan interesantes como la del xenófobo Xavier García Albiol. He ahí un grumo de significado, un trozo de sentido, un tropiezo en la masa informe de la crema de puerros. Si sirves para un roto, sirves para un descosido. -¿Usted qué desea?

-Una imagen.

El vendedor saca el catálogo y va pasando páginas al tiempo que observa a su cliente.

-Usted me recuerda a Obama -dice-, la imagen más cara del mercado, sobre todo si le introducimos unas vetas de Kennedy.

El cliente compra y de súbito vemos a Pedro Sánchez acariciando a un perro (¿de alquiler?) en las escaleras del palacio de la Moncloa. Luego se nos aparece a bordo de un avión presidencial, con gafas de sol y camisa blanca, moviendo unos papeles, etc. Nos tragamos el potito, claro, porque pasa sin sentir por la garganta mental hasta que un grumo sin diluir nos provoca la tos y escupimos toda la papilla desde la primera cucharada. ¿Qué ocurre? Ocurre que esas fotos nos suenan, están obtenidas desde el mismo punto de vista moral desde el que nos sirvieron (y tal vez nos vendieron) a los presidentes norteamericanos citados más arriba. El potito no es de una primera marca. No es un Danone, es un Iván Redondo.

De momento, hemos podido reaccionar. El propio Sánchez ha prohibido la exhibición de esa pornografía. Pero el asesor polivalente continúa dirigiendo el cotarro y proporcionándonos, sin querer, los grumos de sentido citados más arriba. Hasta que nos los traguemos sin vomitar. No es más que una cuestión de tiempo.