El otro día me encontré en la playa una palabra. La había abandonado allí un señor turista con tendencia al consumo inmoderado de brócoli calzado con unas cangrejeras naranja. Era la palabra ´zagal´. Se estaba mojando. Es lo que pasa con las cosas que están cerca de la orilla. Se mojan. A veces, hasta se van. Las olas se las llevan. También se estaban mojando una sandía, una alpargata, un molusco y la parte de arriba de un bikini. Como no sabía cuál de estas cosas llevarme a casa, me llevé la palabra. Zagal. Fui a dejarla en el diccionario, que es lo que hay que hacer cuando uno se encuentra a una palabra herida, mojada, en desuso, abandonada. Lo malo es que el diccionario estaba cerrado a esas horas.

Los diccionarios no abren todo el día. Es lógico, el personal tiene que descansar. Zagal es un pastor joven. Pero también y, sobre todo, un mozo, un niño, un adolescente. Se usa más en la España del Norte. Aunque yo creo que se usa más donde hay más niños, claro. También puede significar muchacha soltera, pero yo nunca he visto ni oído o leído llamar a una chica zagal. Es una palabra con cierto pluriempleo, a lo que se ve. El pluriempleo en una palabra se llama polisemia. Dejé en paz la palabra zagal luego de secarla. Ya seca se convirtió en un zagal seco. Algo salobre, aún.

Me fui de casa y dejé sola a la palabra. La situé encima del diccionario, para que entrara cuando abriera. Pero volví rápido no fuera a meterse en la «s» en vez de en la «z». Los diccionarios tienen muchas puertas. Te metes en la «h» en lugar de en la «p» y ya la hemos liado. O pifiado, que empieza por «p».

Nada más entrar a casa me percaté de que no estaba. Zagal no estaba. Encendí la televisión. «La televisión es nutritiva», decía un grupo de los ochenta. Pero yo cuando estoy desconcertado enciendo la tele. Para quedarme noqueado totalmente y que así que todo pase más rápido.

Salió un locutor anunciando una marca de bolsitas de brócoli congelado. Pensada para preparar en el microondas. Y dijo: ideal para su zagal. Comprendí entonces dos cosas: que quizás había sintonizado una televisión del Norte y que zagal estaba ya disponible, seca, inserta en el diccionario y dispuesta a dar servicio. Y el caso es que toda esa peripecia me resultó divertida. Me sentía travieso. Casi como un zagal.