El calor presume de protagonismo en una Málaga revestida por su estío reencontrado. La canícula lo inunda todo y sus efectos se van dejando notar en todos los confines de nuestro entorno. Cuando un cuerpo se calienta, sus partículas se mueven más rápido ya que necesitan más espacio para desplazarse y por ende el tamaño aumenta, provocando la dilatación del mismo. Este ensanchamiento, en muchos de los casos, genera que la materia se resquebraje.

La verdad es que grietas no faltan, nos recuerdan los versos de Mario Benedetti. Caminando por esta ciudad «que todo lo acoge y todo lo silencia», como sentencia nuestro esclarecido poeta José García Pérez, busco el camino umbrío y hallo las sombras del recuerdo presente mientras pienso como el mundo se va agrietando.

Imagino como la tierra se abre en el suroeste de Kenia (África) a lo largo de kilómetros cuarteando campos, rompiendo carreteras y perforando la reserva Masai Mara. Discurro turbado sobre la enorme brecha que los independentistas catalanes modelan con argumentos manipulados desde la sinrazón histórica y la anticonstitucionalidad.

Observo como una abertura alargada va hendiendo los bordes de la estructura del Partido Popular y sus militantes, en el proceso de elecciones internas, debaten en cuál orilla poner el pie para no hundirse junto con el candidato vencido. Presencio la fisura entre el alcalde y el portavoz del PP-A, presidente de los populares malagueños, evidenciando sus diferencias en el contexto de las primarias.

Concluyo mi caminar en los jardines de la Catedral. Escucho, entre el canto fresco de su fuente, una queja y alzo la mirada: las cúpulas se fracturan gradualmente y piden auxilio a la Junta. A ver si por algunas de esas grietas entra algo de luz protectora. Así sea.