En estos tiempos de prisas, estrés donde el tiempo más que disfrutarse te atropella, hasta el café de la mañana lo pedimos con leche fría para no esperar a que se temple, de lo contrario arderían nuestras gargantas. No nos permitimos ninguna espera. El lunes lo pedí con leche caliente, y esperé, un ejercicio que deberíamos practicar de vez en cuando para descubrir que eso de sentarse en una cafetería, terraza a ser posible, te relaja y sobre todo te hace ver otros puntos de vista de las cosas, sólo hay que prestar oídos. Observas a los viandantes y al verlos pasar te preguntas qué mochila llevará cada uno a sus espaldas, esa que no se ve pero pesa más que la del gimnasio. No es cotilleo o curiosidad, es la vida misma.

Escuchas conversaciones en la mesa de al lado. Eso de escuchar conversaciones ajenas está feo, pero mientras nadie se percate es menos feo, y nada mejor que distraer la mirada para disimular. Es curioso que en un país donde Sálvame tiene el récord de audiencia, nadie reconocerá que pega el oído en el bar, los cotillas son otros, nunca nosotros.

Lo que nunca haría es intervenir en conversación ajena, aunque a veces cueste morderse la lengua, sobre todo cuando se escuchan barbaridades o despellejes injustos, otra de las inconfesables aficiones del pueblo.

Y el lunes estuve a punto de caer en la tentación de sumarme a la conversación de cuatro compañeros de mesa en una céntrica cafetería, no por las barbaries que decían, sino por la razón que tenían. Hablaban del metro de Málaga, vienen a nuestra ciudad todos los veranos y, pese a no vivir aquí, su indignación por el estado de las obras era mayor que la de muchos malagueños.

Pareciera que la culpa de todo era nuestra, de los que vivimos aquí, por consentirlo, por permitir que «el metro de la señorita pepi», así lo definían, llevara doce años sin terminarse. Y lo peor, tuve que escuchar que si esto pasa en otra ciudad la gente ya hubiera salido a la calle, que el malagueño es indolente. Y puede que tengan razón, no es normal que mientras en Madrid se construyen 67 kilómetros de túneles y 64 nuevas estaciones, en Málaga en el mismo periodo sólo se ha avanzado 11 kilómetros. O allí son demasiado avispaos o aquí, en la Junta de Andalucía, responsable de la obra, torpes de solemnidad. Creo que lo segundo, porque aún nadie entiende que en vez de optar por tuneladoras, como en Sevilla, aquí decidiera el Gobierno andaluz abrir en canal la ciudad. Ninguna obra pública se ha demorado tanto, nunca una administración ha despreciado tanto una ciudad, y el Gobierno andaluz lo hace con Málaga. Desde que empezaron las obras del metro han pasado tres presidentes por la Junta de Andalucía, cuya torpeza en este, y otros asuntos, merece el mismo reconocimiento. Ninguno. España ha disputado cuatro mundiales de fútbol, que se dice pronto, y esto, el metro no acaba. No somos conscientes, me incluyo, del cachondeo que la Junta de Andalucía se trae con Málaga, por eso a veces viene bien escuchar las conversaciones de bar, aunque solo sea para que gente de fuera nos hagan ver que no es normal lo que a los malagueños nos hacen ver con normalidad.