Como afirma David Copp, profesor de Filosofía de la Universidad de California, por razones democráticas, el derecho a decidir pertenece propiamente a la totalidad de la sociedad del territorio y no a una parte (La democracia y la autodeterminación comunal, en Autodeterminación y Secesión, Gedisa, 2014). Un plebiscito independentista no está justificado si no existe un duradero y generalizado interés en la secesión (ibídem). Ninguno de estos dos requisitos se cumple actualmente en Cataluña, lo que invalida el derecho a convocar un referéndum en tal sentido, el cual además, como se ha indicado, debería ser de ámbito estatal. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, ha reiterado en diversas ocasiones que su grupo político defiende el derecho de Cataluña a hacer un referéndum de autodeterminación vinculante, eso sí pactado con el Gobierno central, en el que participarían solamente los catalanes y no el resto de los ciudadanos españoles. Parece ser que el señor Iglesias no conoce estas reglas democráticas, o no quiere conocerlas, todo ello a pesar de ser profesor universitario de políticas. Supongamos que la mayoría de cierta ciudad decide independizarse del resto de la nación y aplica el sistema que se ha seguido con el ‘procés’ independentista catalán, consistente en que la Generalitat de Cataluña (en este ejemplo podría ser el ayuntamiento de la ciudad) fija sus propias leyes secesionistas al margen de la legislación del país y en base a ellas, aunque incumpliéndolas cuando le parece bien, decide hacer un simulacro de referéndum sin ninguna garantía y declara unilateralmente la independencia. ¡Y que a nadie se le ocurra ir en contra de tamaño atropello a la normativa internacional, nacional y autonómica, a la democracia y a la más elemental inteligencia! Pues esto es lo que pretende seguir el señor Quim Torra, actual presidente de Cataluña.

Por otro lado, Pablo Iglesias se ha manifestado muy combativo con los restos del fascismo español procedentes de la época franquista y que todavía perviven, tales como la retirada de los restos de Franco del Valle de los Caídos o la reparación de la memoria histórica mediante la exhumación de los restos mortales de miles de represaliados por el régimen del dictador. A su vez, y en clara contraposición con lo anterior, es sorprendente la complacencia del señor Iglesias con el actual presidente de la Generalitat de Cataluña, autor de algunos escritos sobre los españoles de corte supremacista muy cercanos al concepto nazi de infrahombre. En este sentido, no es de extrañar que Quim Torra haya manifestado su admiración por los hermanos Badia, los cuales fueron destacados miembros que en los años treinta del pasado siglo elaboraron una propuesta de colaboración con el Gobierno de Hitler para lograr por cualquier medio «la libertad total y absoluta de Cataluña» (Juan Francisco Fuente, El País, 6 - 6 - 2018). Siempre ha llamado la atención la estrechez de mentes de los independentistas cuando hablan de liberar a su pueblo, pues cabe preguntarse en qué esclavitud o cárcel vive dicho pueblo.

El nacionalismo es más un sentimiento colectivo y una cuestión de fe que una ideología. Expresa el egoísmo y el narcisismo colectivos y se empeña en explicar el pasado y el presente en términos reconfortantes para quienes se alimentan de él (¿para qué somos diferentes, si no es para ser superiores?). Este tipo de razonamiento es simplista, pues pertenecer a una nación no es ni ha sido un rasgo permanente ni esencial de la especie humana. En la inmensa mayoría de la historia las personas vivieron en diversas organizaciones políticas (unidades tribales, feudalismo, ciudades-Estado, monarquías patrimoniales, imperios…), hasta la llegada del romanticismo que fijó el principio de nacionalidades (José Álvarez Junco, Dioses útiles. Naciones y Nacionalismos, Galaxia Gutemberg, 2016).

El hecho de que el separatismo y más el supremacismo no sean ideologías racionales, sino asuntos de fe y sentimientos mal enfocados, dificulta o más bien imposibilita cualquier diálogo con ellos basado en términos democráticos y de lógica. El separatismo en realidad trata de imponer la elección de unas identidades contra otras, por lo que parece imposible un diálogo constructivo entre el Gobierno de la nación y Torra. Igualmente parece imposible aceptar democráticamente la pretensión de Podemos de hacer un referéndum en Cataluña sobre su posible separación del resto del país. Como dice el ensayista Rob Riemen, el fascismo está de nuevo de vuelta, no hemos aprendido nada de los errores del pasado. Qué se lo pregunten si no a Torra.

*Machado es profesor de la Universidad de Oviedo